«Sé que esa bala hirió su corazón». Acabó mi abuela de contar la historia, estuve pensando toda la noche en esa frase. A la mañana siguiente tenía clase de Historia, en cuanto acabó la clase resonaron esas mismas palabras en mi cabeza: «sé que esa bala hirió su corazón». Cuando llegué a casa le pregunté a mi abuela que de dónde era esa historia, ella me dijo que de la guerra civil. Después de un largo día, ya era hora de irse a dormir.
– ¡Despierta, soldado!
– ¿Dónde estamos?
– ¡26 de julio del 38, nos asalta el bando nacional, frente del Ebro!
Me levanté y cogí mi fusil. Vi mi vestimenta, iba de azul. Había gente de verde a mi alrededor, así que recargué mi arma y me dispuse a disparar. Había uno al fondo, le apunté y le volé la cabeza. Había una persona de mi bando al lado mío, estaba mirando una foto familiar. Al noroeste pude distinguir a una misma persona, debía de ser su padre; él apretó el puño y le disparó. «Esa bala también tuvo que herir su corazón», pensé. De pronto, vi un resplandor al fondo: había una esvástica NAZI. Pensé que era mi final, y lo era… ¡vamos a morir todos!