«Como lágrimas en la lluvia…»

El monólogo final de Blade Runner (1982), de Ridley Scott, quizá sea uno de los más famosos de la historia del cine. Difícilmente se pueda decir nada sobre él que no haya sido dicho ya. El androide de combate Roy Batty (Rutger Hauer), una máquina antropomorfa creada “ex professo” para matar y programada para morir, llega en sus últimos instantes de vida a amarla tanto que le perdona la suya a Rick Deckard (Harrison Ford), un policía cuya única misión ha sido darle caza y destruirlo. La muerte no significa sólo la pérdida de una vida, sino la destrucción de una conciencia, de una existencia, de un universo en sí mismo. La muerte es que el infinito de la experiencia vital de un individuo se pierda “como lágrimas en la lluvia”, para no volver nunca. Sin retorno, sin esperanza, sin más allá. La existencia es una flecha del tiempo de vuelo efímero e irreversible.

El monólogo fue obra de David Peoples Webb, quien a mitad de grabación de la película había sustituido al guionista original, Hampton Fancher. Este había abandonado el proyecto por desavenencias con Scott. Fancher fue quien hizo la mayor parte de una adaptación muy libre de la novela de Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? en la que se basa la película. Pero fue David Webb quien puso en boca de Roy sus célebres palabras; y no todas, pues el enorme Rutger Hauer improvisó parte de ellas a modo de su particular construcción del personaje.

Todo trascurre en una preciosa secuencia plano-contraplano de poco más de un minuto; construida sobre primeros planos alternativos y frontales de Rutger Hauer y Harrison Ford, en ligero picado los dos de este último para acompañar la idea de superioridad del androide sobre el policía caído en el suelo. El contexto escenográfico es la atmósfera de escasa luz y lluvia, ubicuas a lo largo de toda la película para enfatizar la angustia existencial de la historia. Finalmente, todo el ambiente queda envuelto en la misteriosa melodía de sintetizador de la banda musical de Vangelis.

La magia del cine. Varios genios: Scott, Fancher, Hauer, Vangelis… confluyendo en un instante de experiencia estética.

Mario Francisco Villa