Siglos atrás, Hume describía en su teoría moral la simpatía como la capacidad del ser humano para ser condicionado por afectos, pasiones u opiniones de terceros; algo que nos afectaba a todos, tanto para bien como para mal. Hoy en día podría definirse como empatía, aunque sobre esta palabra no recaigan las connotaciones negativas de envidia o malicia que Hume también relacionaba con la simpatía. ¿Pero hasta qué punto estamos todos igual de condicionados por la empatía?

En puridad, la empatía dista mucho de ser una cualidad o un valor que predomine por igual en todas las personas. Remitiéndome a un tema de actualidad, miles de inmigrantes llegan todos los años a nuestro país en busca de mejores condiciones de vida, huyendo de un país sumido en la guerra o la miseria, en busca de un futuro para ellos y para sus familias. ¿Y que se tendría que esperar de la sociedad? Que se pusiese en su lugar y les facilitasen la adaptación; empatía ¿verdad? Pero nunca resulta tan fácil. Ahí se acaba la empatía y comienzan los prejuicios.

Tampoco hay que remitirse a los medios o a ciertos sectores ideológicos para darse cuenta de que vivimos rodeados de prejuicios, juicios preconcebidos que se basan en la desinformación y que conducen, en la mayor parte de casos, a la discriminación. Algunos quizás nos choquen más que otros, y nos resulten más evidentes a primera vista, como quien estereotipa a los musulmanes como terroristas o a la etnia gitana como pandilla de ladrones, cayendo indudablemente en una errónea generalización. Pero los prejuicios están presentes en muchos otros ámbitos, como puede ser, hoy en día, la crisis sanitaria del Covid-19. Es un prejuicio considerar que todos los jóvenes son unos irresponsables, cayendo, al igual que en el caso anterior, en una generalización que termina siendo motivo de discriminación al igual que cualquier otra. Y el ámbito laboral, en muchos trabajos no se permite llevar o exhibir piercings y tatuajes. ¿La razón? más prejuicios. Y también hay formas más sutiles, inconscientes y cotidianas de prejuicio, como la inclinación a descalificar y encasillar a todo aquel que no coincide con nuestro pensamiento, con nuestros ideales o con todo aquello preestablecido por la sociedad. Pongamos el ejemplo de los seguidores de un partido de extrema derecha y uno de extrema izquierda. ¿Deberían odiarse unos a otros por pensar diferente? ¿Eres mejor o peor que yo por opinar distinto? He ahí la pluralidad humana.

El día que asumamos y superemos todos nuestros prejuicios y estereotipos, puede que consigamos avanzar algo como individuos y como sociedad, pero hasta entonces nos queda un arduo camino. Como dice Víctor Hugo: “Craignons-nous nous-mêmes. Les préjugés, voilà les voleurs; les vices, voilà les meurtriers. Les grands dangers sont au dedans de nous” (“Vamos a temernos a nosotros mismos. Los prejuicios son los verdaderos ladrones; los vicios son los verdaderos asesinos. Los grandes peligros están dentro de nosotros”)

Irene Rodríguez García