Categoría: arte y literatura (Página 1 de 2)

los cuentos de D. Santiago

Descubrir a estas alturas la figura de D. Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) es un pecadito venial porque todavía hay manera de enmendar la falta. Empeñarse en olvidar o, peor aún, ignorar a una personalidad de semejante calibre intelectual es, por no decir otra cosa, un verdadero delito contra la memoria histórica y científica de un país no demasiado pródigo en sabios de talla similar. Se dice que en sus últimas cuartillas, escritas horas antes de fallecer, Ramón y Cajal intentó describir los síntomas de la muerte: «Me siento afónico, pierdo la vista». Después de esto, la caligrafía se torna ilegible… Genio y figura hasta el final. Así se extinguió la intensa vida del que fue, además, un viajero incansable que también visitó el norte peninsular.
Aunque son escasos, es posible rastrear vínculos del científico con Asturias. En cierta ocasión «sacó la cabeza» por los asturianos cuando un alcalde de Barcelona, antiguo colega suyo de nombre Bartolomé Robert (1842-1902), definió las características superiores de una supuesta «raza catalana etrusca» frente a otra primitiva, heredera de antiguos pobladores simiescos que degeneraron en gallegos y asturianos. El tal Robert llegó incluso a publicar un mapa de España que ilustraba la distribución geográfica de la excelencia racial, en la que los braquicéfalos del noroeste se llevaban la peor parte. El asunto fue objeto de viva polémica y tiempo le faltó al premio nobel aragonés para poner en entredicho la xenofobia de Bartolomeu, llamando a considerar como prueba refutatoria el reducido volumen encefálico de tan eminente supremacista. El Dr. Robert cuenta, por cierto, con un gran monumento en el Ensanche barcelonés. Menos piedras guardan hoy memoria de D. Santiago en la región, pese a que entre los años 1912 y 1917 fue asiduo visitante estival y disfrutaba de baños de sol y mar en la costa cantábrica. Nos gustaría pensar que se inspiró en Lastres o en Salinas para escribir el libro Cuentos de vacaciones… pero por aquella época el autor, que era un prototurista inquieto, no conocía Asturias. Sus incursiones literarias no fueron únicamente un divertimento. En 1905 fue elegido miembro numerario de la Real Academia de la Lengua, —como también lo fue de la de Medicina y de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales—, aunque nunca llegó a ocupar el asiento de la «I» mayúscula. Y es que D. Santiago se entregaba al género de ficción con sobradas condiciones para ello. Aparte del citado volumen, están los escritos autobiográficos Recuerdos de mi vida (1901-1917), Chácharas de café (1921) o el curioso El mundo visto a los ochenta años: impresiones de un arteriosclerótico (1934), obra póstuma donde D. Santiago describe sin censuras las opiniones inmediatas que le merece el mundo en el que vive, y de la que extraemos un fragmento, así, como al azar…

Los que hace cincuenta años admirábamos las decorativas barbas floridas de los jóvenes o maduros y las venerables de los ancianos—o en su defecto las patillas toreras y bigotes conquistadores—quedamos hoy absortos ante el tocado, importado de Yanquilandia o de Inglaterra, lucido por nuestros empecatados currutacos y hasta por bastantes vejestorios, empeñados en remozarse en la fuente de juventud de las peluquerías. ¿A qué responden esas faces lampiñas? ¿Por qué no lucimos aquellas barbas y bigotes a lo Cervantes y Quevedo, copiados en los cuadros del Greco y de Velázquez? Se ha derrumbado toda una venerable y castiza tradición, inspirada quizás en el aspecto viril y elegante de dioses, héroes y pensadores helenos. La facies romana lampiña quedaba relegada a los labriegos y eclesiásticos. Por consecuencia de ello, se pierde una hora diaria, con fruición y provecho del barbero, rapándose de raíz cañones incipientes. ( ) ¡Cuántos feos he conocido yo cuya fortuna amorosa y hasta económica dependió de una barba artísticamente cuidada o de un mostacho retador! ¡Y cuántos otros, perdido el prestigio capilar, se convirtieron en micos repelentes cuando no en aparentes intersexuales!

Nuestra pequeña infografía recoge la reinterpretación a mano alzada de uno de los excepcionales dibujos científicos recopilados en el libro The Beautiful Brain. Drawings of Santiago Ramon y Cajal y que forman parte del Legado Cajal. Este importante patrimonio aún espera el cobijo de un museo que le haga justicia.

Santiago Ramón y Cajal, científico, artista, escritor… y premio Nobel de Medicina (1906).
Billete del Banco de España dedicado a Santiago Ramón y Cajal (1935)

federico

Los miembros de «La Barraca», en ruta. Dibujo de Ilu Ros.

Federico García Lorca (1898-1936) nació en el siglo XIX, pero su marca biográfica y literaria ha quedado impresa a hierro candente en el primer tercio del siglo XX. Desgraciadamente, la función de su vida se canceló abruptamente y antes de tiempo. La lista de las insignes figuras de la cultura hispana que de una u otra forma confluyeron en el impetuoso torrente lorquiano es extensa: Manuel de Falla, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Valle Inclán, Ramón Menéndez Pidal, Margarita Xirgu, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda… por citar algunos. De todos ellos hubo un poco en este granadino apasionado. Ochenta y seis años después de su muerte, seguimos honrando la memoria del poeta, aunque nos consta que son bastantes aquellos que lo reivindican sin haberlo leído siquiera, pero así son las cosas. Abundan los títulos, ensayos y artículos que analizan su contribución a la cultura y al idioma. De entre todos destacamos el libro recientemente publicado por la ilustradora Ilu Ros, quizá porque nos aproxima al autor de forma rigurosa, pero con un lirismo sutil que desvela la faceta más íntima del hombre, del amante, del creador, de niño chico que siempre fue. Ilu Ros “filma” con los pinceles un reportaje primorosamente ilustrado con un estilo muy personal, que en tres actos con su interludio nos lleva desde lo que fue la celebrada infancia, recobrada a través de los testimonios de cuántos le conocieron, hasta la brevísima madurez, que apenas tuvo oportunidad de ofrecernos una ínfima porción del caudal que el buen Federico prometía. Pasajes de sus obras, fragmentos de cartas, referencias de los amigos, recuerdos de familia… Una ordenada relación documental que nos invita a profundizar un poco más en su vida y en su obra (si es que acaso es posible separar la una de la otra). Dos eran las oportunidades que se nos presentaban de satisfacer tal pretensión. Y decidimos explorar ambas: por un lado, revisar la poesía y la producción dramática de Lorca con los ojos y la mente de un lector del siglo XXI. Por otro charlar con Ilu Ros, joven autora de este Federico, la biografía literaria y sentimental de la que venimos hablando y que tan buena impresión nos ha causado. Empezaremos por ésta última… Así que allá vamos, a ver qué tal nos sale.

arte por naturaleza

La imagen impresa ha ejercido y ejerce un poderoso influjo en lectores de todos los tiempos. Durante los siglos XVII y XVIII los libros y catálogos de biología se esforzaban por sintetizar la enorme diversidad natural que tomaba posiciones entre las inquietudes del hombre de ciencia. Las colecciones traídas por las misiones de exploración permitían crear gabinetes y museos de historia natural. Pronto se pasó de las curiosidades a las descripciones minuciosas, la anatomía, la fisiología, la taxonomía. El arca de Noé ya no se mantenía a flote: había que tratar de explicar la adaptación al entorno de plantas y animales así como la necesidad de encajar al hombre en ese proyecto divino que se iba revelando demasiado sutil como para liquidarlo en seis días más el imprescindible de libranza. La coalición entre la ciencia y el arte produjo obras notables que alcanzaron una gran difusión y contribuyeron a aumentar la curiosidad y el interés por estos temas. Las distintas ediciones de la Histoire naturelle de Buffon y Lacépède que vieron la luz a lo largo de más de un siglo incluyen una importante colección de grabados de distintas procedencias. La técnica predominante era la xilografía, que consiste en grabar la imagen en un bloque de madera e insertarlo luego en un tipo de metal para ser impreso. Debido a la dificultad que encierra el proceso y al tamaño limitado de los bloques, las imágenes resultantes eran generalmente pequeñas. Las ilustraciones grandes debían ser compuestas mediante varios bloques pequeños colocados uno junto al otro. Imagen y texto se imprimían en páginas separadas que después se componían durante la encuadernación. Normalmente, las ilustraciones diseñadas para la reproducción eran presentadas por el artista en papel; acto seguido, el burilador trasladaba el dibujo al bloque o a la plancha de metal. La calidad de la ilustración final dependía de la capacidad del burilador y había siempre una cierta variación entre el boceto original y la ilustración final. Las planchas iluminadas como las que aparecen en nuestros ejemplares de la Société Bibliophile, se pintaron manualmente sobre la marca del grabado, lo que les confiere un cierto carácter de «piezas únicas». No debemos ocultar que esta actividad mecánica estaba reservada a niños que eran instruidos para aplicar los colores dentro de una cadena que permitía agilizar la producción. Avanzado el siglo se abandonó el bloque de madera, que fue sustituido por el grabado en plancha de metal, de cobre o acero. Se contabilizan un total de 1061 planchas en las ediciones realizadas por la Imprimerie Royal de los treinta y seis volúmenes publicados por Buffon entre 1749 y 1788. Lejos de considerarse un mero aditamento, el autor estimaba la ilustración como ayuda y apoyo indispensable en la descripción de los especímenes. Las buenas relaciones con la corona francesa explican la generosa prodigalidad gráfica de Buffon, ya que ediciones de este estilo resultaban enormemente costosas. Los primeros diseñadores fueron Jacques de Sève y Buvée, conocido por el sobrenombre de «el Americano». Aunque Buffon había manifestado que prefería bocetos frescos de ejemplares vivos, los esforzados dibujantes tuvieron que buscarse la vida ante la embergadura del proyecto. Se recurrió a dibujos previos, pinturas, testimonios verbales… Pero también a animales disecados o conservados en alcoholes que recorrían enormes distancias para llegar al gabinete del artista. En relación a la estampa del jaguar, de Sève reconoce que «No hemos visto este animal vivo, pero Pagès, el médico del rey en Saint-Domingue, nos lo envió entero y bien conservado en una especie de licor, y es sobre este tema que lo hicimos. dibujo y descripción». La ilustración del rinoceronte se correspondía con un retrato de Clara, la rinoceronte hembra que visitó París en 1749, estancia que aprovechó el pintor Jean-Baptiste Oudry para realizar su retrato. La exótica Clara fue exhibida por toda Europa hasta la extenuación (del animal) y finalmente murió en Londres, agotada y sin el cuerno característico, que se le había desprendido años atrás. En la Historia natural los animales siempre posan de perfil y los esqueletos aparecen en una especie de podio o pedestal, La parte dedicada a las aves se difundió a través de dos ediciones, una de ellas en blanco y negro en la que De Sève todavía se encarga del grabado, y otra iluminada con bellos colores, ideada por François-Nicolas Martinet (1731-1800), dibujante y grabador del rey. A partir de 1830, las Œuvres complètes aparecen con las nuevas planchas diseñadas por Edouard Travies (1809-1871) y Janet-Lange (1815-1872). Los volúmenes de la colección que puedes consultar en la biblioteca datan de 1850 (aproximadamente, porque están sin datar). No hemos podido establecer la autoría de «les gravures sur acier» que complementan los textos, aunque la calidad artística, salvo excepciones, es sensiblemente inferior a la de sus predecesoras. Los perfiles son infantiles, monótonos, sin alardes con el buril. El rasgo más sobresaliente es el color, delicadamente aplicado con mano firme y gusto exquisito. Los años transcurridos no han conseguido extinguir el brillo de los colores, protegidos por una fina película brillante que los ha conservado vivos y luminosos entre las páginas maltratadas por la humedad. A esta serie pertenecen las muy conocidas estampas del niño con un solo ojo, o los hermanos siameses unidos por el trasero, que aparecen publicadas por primera vez en 1835 y cuya autoría se puede atribuir al pintor Victor Adam. Con toda certeza, los mapas de los tomos 1 y 2 se deben a Robert de Vaugondy, famoso cartógrafo cotemporáneo de Buffon. Incluso para mediados del XIX los mapas en cuestión ya parecen de otra época. Aclaramos que la obra está íntegramente conservada y momentáneamente a salvo del expolio incomprensible que satura las librerías de viejo y las casas de subastas baratas, una moda que consiste en extraer las ilustraciones de mérito para venderlas luego por separado, y que al parecer cuenta con una clientela que no aprecia los libros ni como objeto ni como elemento de la cultura.

Esperamos que esta serie de artículos sirvan para situar al autor y su obra en los contextos historico y científico de su tiempo, moderando la tentación de juzgar los textos de Buffon, Daubenton y Lacépède, todos hijos del siglo XVII, por el contenido de ciertos discursos erráticos y simples y no por sus extraordinarias aportaciones. Para no confundir ni dispersar al lector hemos decidido no incluir referencias sino a través de vínculos directos hacia las fuentes más relevantes, entre ellas las fuentes primarias, totalmente accesibles para consulta en las salas de lectura virtuales de la Biblioteca Nacional de España o Francia, entre otras. Si deseas consultar las obras originales y contemplar sus ilustraciones, comunícale tu intención al encargado de turno porque estos volúmenes particulares no se ceden en préstamo.

La Histoire naturelle en la biblioteca


«De la naturaleza inmortal genio.
Y de su patria y siglo el ornamento».

Como bien se sabe, la Histoire naturelle de Buffon (Georges Louis Leclerc) consta de treinta y seis volúmenes aparecidos de 1749 a 1789 (Histoire de la Terre et de l’Homme, Quadrupèdes, Oiseaux, Minéraux y Suppléments). El Traité de l’Aimant et de ses usages fue el último libro en ver la luz poco antes de la muerte del autor. El volumen de Suplementos titulado Servant de suite à l’Histoire des Animaux quadrupèdes se publicó póstumamente. Con posterioridad aparecieron ocho números más (Quadrupèdes ovipares et des Serpents, Histoire Naturelle des Poissons, Histoire Naturelle des Cétacés) con amplias aportaciones de su discípulo y continuador Bernard-Germain de Lacépède (1756-1825), empeñado en concluir la tarea recopilatoria del maestro en lo que se refiere al saber biológico y natural de la época, un afán enciclopédico muy propio de la ilustración que sirvió fundamentalmente para divulgar el conocimiento y establecer los cimientos de la moderna ciencia empírica. Buffon recurrió a un paisano y amigo suyo, Jean Marie Daubenton (1716-1800), para que le proporcionara sutiles descripciones técnicas de las especies. Todo lo que hay en anatomía en los primeros quince volúmenes de Buffon es de Daubenton. En la biblioteca disponemos de un tomo suelto de la primera época. Se trata del volumen séptimo de una de las incontables ediciones de la obra, en este caso en formato «de bolsillo» (lo que técnicamente se denomina formato en cuarto), aunque no menos lujosa que sus hermanas mayores: lomos con dorados, piel de becerro y grabados plegables de Jacques de Sève impresos en las últimas páginas. Las ediciones de la Histoire naturelle se sucedieron casi ininterrumpidamente durante más de un siglo, pasándose a llamar Œuvres complètes de Buffon. Con el tiempo fueron suplementadas y ordenadas atendiendo a los criterios imperantes, tanto prácticos como estéticos. Nuestro precioso volumen de 1818 tiene cortes dorados y pertenece a la serie de  Minéraux, que tras una primera reorganización se constituyeron en los primeros tomos de la obra tras la Histoire de la Terre, pero sin formar parte de ella. A partir de 1820 las nuevas publicaciones incluyen la moderna clasificación del barón de Cuvier (orden, familia y género) en una tabla separada. Se dice que Georges Cuvier, otra gran gloria nacional francesa, respiró aliviado al saber de la muerte de Buffon: «Esta vez, el conde está muerto y enterrado». Dejando aparte el testimonio de ingratitud, para un buen número de sus discipulos directos o indirectos, Buffon representaba el pensamiento anquilosado y especulativo del antiguo régimen, lo que justifica en parte la ácida inquina del autor de Le règne animal distribué d’après son organisation, publicado en 1817.  En lo sucesivo, tanto Cuvier como su obra ejercerían una poderosa influencia en el naturalismo y la biología francesas, a la sazón a la vanguardia en Europa. Con todo, a medidados de siglo XIX los contenidos de la Historia natural ya resultan un poco rancios. Los nueve tomos de las Œuvres complètes de 1850 que puedes consultar físicamente no cuentan con los añadidos de Lacépedè y están modestamente editados en media piel y tosca tapa dura. Sin embargo, abundan en grabados coloreados a mano (normalmente estas ilustraciones formaban parte de ediciones más exclusivas). Llama poderosamente la atención que a las puertas de la revolución científica como la que preparaba Darwin con On the Origin of Species (1859), los lectores se siguieran deleitando con las descripciones elementales de especímenes disecados en el extinto Gabinete Real. Para darse cuenta de la popularidad que alcanzaron dichos textos baste señalar que en 1847 salió el Petit Bouffon des enfants, libro de extractos ilustrado y dirigido al lector infantil, retoños de las contadas familias pudientes que tenían acceso a los libros y a la cultura. Se sabe que la Princesa de Asturias Dña. Isabel de Borbón, popularmente conocida como La Chata, conservaba un ejemplar en su biblioteca.
Abundan las versiones de la Histoire naturelle en otros idiomas. La primera traducción al español data de 1773, veintitrés años depués de que apareciera en lengua alemana. Esta temprana tentativa es muy tímida: se trata de un único volumen, convenientemente filtrado y censurado por el propio traductor. No hay que olvidar que las ideas de Buffon resultaban subversivas e incluso peligrosas para la salud física y espiritual de la España dieciochesca. El naturalista José Clavijo y Fajardo fue el primero en acometer rigurosamente esta labor entre 1785 y 1805. Sobre él Menéndez Pelayo escribió: «Había tratado a Voltaire y a Buffon, cuya Historia Natural puso en castellano con bastante pureza de lengua». Desafortunamente nosotros no contamos con ningún ejemplar escrito en nuestro idioma, pero el acceso a esta versión es muy sencillo y libre a través de la Biblioteca Nacional.

Buffon

Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, se ahorró los previsibles conflictos con las nuevas autoridades jacobinas falleciendo meses antes de que estallara la Revolución. Su único descendiente moriría guillotinado en 1794, extinguiéndose de esta forma la saga familiar. Sin embargo, ochenta años de vida se quedaron cortos para tantas y tantas inquietudes, fruto de un espíritu ilustrado y curioso que ambicionó cualquier conocimiento positivo y produjo innumerables escritos de legislación, medicina, botánica, matemáticas, anatomía, biología, geología, silvicultura, cosmología, astronomía… e historia natural. Es cierto que su considerable fortuna le permitió dedicarse a estos menesteres, pero de no ser por su vitalidad y el frenético ritmo de trabajo diario, sus impresionantes logros no habrían podido materializarse en los treinta y seis volúmenes publicados en vida, escritos que compatibilizaba con sus negocios y la dirección del Jardín del Rey, institución que el propio Buffon elevó a la categoría más alta y que finalmente la Francia revolucionaria convertiría en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia un año antes de decapitar a su hijo.
Buffon (apelativo con el que ha pasado a la historia por propia voluntad y que alude al pueblo del que era dueño) se levantaba cada día a las cinco de la mañana y trabajaba ininterrumpidamente en sus asuntos hasta las nueve de la noche. Las intuiciones del autor se adelantaron a posteriores contribuciones científicas como la teoría de la evolución, la formación de los astros o la deriva continental, lo que le valió el sobrenombre de El Plinio francés.  Sin embargo, Leclerc era un hombre de su tiempo. Cuando el síndico de la Sorbona censuró afirmaciones tales como la de que «el sol probablemente se apagará por falta de materia combustible» por desviarse de la ortodoxia,  el autor se apresuró a rectificar, no sin cierta displicencia, escribiendo «que todo el contexto de mi obra sobre la formación de la Tierra y en general cuanto puede ser contrario a la narración de Moisés, lo abandono, no habiendo presentado mi hipotesis sobre la formación de los planetas sino como mera suposición filosófica». Buffon escapaba así de las perversas garras dogmáticas que, por otro lado, jamás hubieran hecho presa en un ateo no declarado como él.
Quien desee acercarse a su obra ha de ver en ella un ejercicio más de estética poética y de notorio afán literario que de investigación rigurosa y contrastada. Buffon fue sobre todo un gran divulgador, hombre de vastos conocimientos ─traductor incluso del método de fluxiones y secuencias infinitas de Newton─ que allanó el camino de los notables científicos franceses que le sucedieron. La Histoire Naturelle, générale et particulière, avec la description du Cabinet du Roi  rivalizó  con la famosa Encyclopédie de Diderot y d’Alembert, en la que Buffon declinó colaborar directamente, aunque algunos de sus artículos son un corta y pega de los suyos. Pero pese a que los resultados y la argumentación utilizada por el autor en su Histoire Naturelle no son ni sistemáticos ni rigurosos, es incuestionable la novedad de su planteamiento: pretende responder con perspectiva científica cuestiones tales como el origen del planeta y el de los seres que lo habitan. Ese proceder inaugura una forma de pensar estimulada por la renovación de las concepciones filosóficas que cuestionaban las creencias tradicionales y rompían las barreras impuestas a la expansión del conocimiento.  Admirado ya en su época (Rousseau decía de él que era «la plus belle plume de son siècle»), sus obras disfrutaron tempranamente de una extraordinaria difusión.  El traductor español afirmaba que «su misma curiosidad es consecuencia de la mucha capacidad de su celebro y la prueba cierta de su inteligencia» (Prólogo a la edición española de sus obras, Barcelona, 1832). Esforzándose en atraer a potenciales lectores en nuestro idioma, todavía remisos  a abandonarse sin objeciones en el mar crispado de la heterodoxia buffoniana, el traductor concluía:  «¿Qué utilidad es comparable con la que deben producirnos la contemplación y exámen de las maravillas del universo , si, como es justo, no las observamos para satisfacer nuestro natural apetito de saber cosas estraordinarias, sino para escitarnos por ellas à conocer y glorificar al Criador?». Miembro de una eminente generación de pensadores, Buffon quedó a la sombra de otras figuras de mayor porte científico que imprimieron una huella indeleble, como su coetáneo y antagonista  Carl von Linné,  Sin embargo, un cráter lunar fue bautizado con su nombre y la Historia natural, general y particular ha disfrutado de un dinamismo editorial que llega hasta nuestros días, debido en gran parte a su estilo impecable, pero también a la copiosa obra gráfica que acompañaba los textos y de la que hablaremos en una próxima entrada.

deseos sostenibles

Pasados los blaquefridais y los cibermondais (proponemos a la Real Academia estas grafías para su próximo ejercicio anual de fijación, una vez que la renuncia a limpiar y dar esplendor ya se ha consumado), aun nos queda por delante la larga campaña de salvaje consumo navideño, que deja por sí misma una huella de carbono que ríete tú de la solidaria emisión entérica de mil millones de vacas pedorras. Llevamos más de diez años proponiendo alternativas mucho más razonables al regalo inútil, la prenda innecesaria, el complemento delirante, el aparato prescindible… Y no es que reneguemos de las atractivas invitaciones a la felicidad que por estas fechas permanecen expuestas en escaparates reales y virtuales. Ni mucho menos. Pero lo cierto es que la demanda razonable es la única capaz de controlar una oferta desmedida. Esta vez también vamos a recomendar el obsequio de libros. Bien entendido que no cualquier título ni cualquier autor; leer debe ser un acto responsable: debe contribuir al equilibrio, la emoción, el sentimiento, el saber y la diversión. Y después está el gusto y las inclinaciones de cada cuál. Los que están convencidos de que sobre esto, sobre gustos, no hay nada escrito, se sorprenderán de la enorme cantidad de páginas impresas que tratan sobre el particular (sobre gustos), clamorosa evidencia de que este refrán popular ha sido superado en crédito y fiabilidad por la paremia alternativa: Para gustos, los colores. Como tampoco tenemos la intención de dar satisfacción alguna a los fabricantes de cochina celulosa, vamos a invitar a regalar libros usados, libros sentidos y leídos que por cualquier razón nos apetezca compartir con los demás, más allá del simple préstamo a perpetuidad en el que suele convertirse cualquier generoso gesto en este sentido. Y no solo eso. Es posible imprimir nuestro sello inconfundible introduciendo algún elemento que haga de nuestro libro algo verdaderamente único: ilustraciones propias, notas y citas, hojas de árboles exóticos recogidas durante el verano, los pétalos de una flor, una figura de origami, un folioscopio… La creatividad convertirá el regalo en una pieza única, un volumen sin parangón, una muestra de cariño más allá de valor pecuniario, de esos que sobreviven a purgas y mudanzas, a repartos y subastas. Si no tienes candidatos a la mano, las librerías de viejo son bazares inagotables donde se confunden los embriagadores olores del tolueno y el furfural, los volúmenes centenarios con las colecciones de quiosco, los autores consagrados con los figurones en declive…

Y es que los buenos, buenos regalos no salen del bolsillo… Salen del corazón. Feliz Navidad.

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