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camus contra las ideologías y otras historias de nobeles franceses

Diciembre es el mes de los Premios Nobel. Se conmemora así el fallecimiento de su promotor D. Alfredo, que de seguir viva la criatura, cumpliría ahora 189 añitos de nada. Muchísimo más joven (82 primaveras) es la recién galardonada Annie Ernaux. Como nada sabemos de ella salvo por los cientos de reseñas de prensa redactadas por personas que TAMPOCO conocen su obra, es de rigor adquirir y darnos tiempo para leer y evaluar algún libro de esos que justifican el fallo del comité sueco.

Ya son diecisiete los escritores franceses que han recibido la medalla del jovencito bajo el laurel. Algunos son perfectos desconocidos salvo para estudiosos y especialistas. Otros escribieron originariamente en occitano, ruso o chino, y unos cuantos se revelan ya no solo como literatos sino como prolíficos autores de una obra filosófica y ensayística muy influyente en la Europa de su tiempo. De este último grupo recuperamos a dos de ellos (y que Bergson nos perdone) por la profunda huella que dejaron en el devenir intelectual de la convulsísima centuria pasada, siendo como eran antagonistas ideológicos y personales: Albert Camus (1913-1960) y Jean-Paul Sartre (1905-1980). Para empezar, Sartre rechazó el premio por causas de «coherencia» intelectual que acaso hoy resultan un tanto confusas. Lo cierto es que siete años antes se lo habían concedido a Camus, algo que no debió agradarle mucho a Jean-Paul ni a su alter ego femenino, Simone de Beauvoir, relegados al papel de segundones. Se cita como precedente su otro rechazo, el de La Legión de Honor, concedida a Sartre como combatiente (y que, dicho sea de paso, no se merecía), pero no se suele apostillar que Albert Camus también hizo lo propio. Lo cierto es que ambos escritores fueron testigos de los acontecimientos que marcaron a sangre y fuego (nunca mejor dicho) el pulso histórico del siglo pasado: las dos carnicerías mundiales, las matanzas locales (España, Etiopía, Grecia, Argelia, China, Corea, Vietnam…), la Revolución Rusa, el imperialismo USA, el maoismo, la Guerra Fría, el totalitarismo soviético, el castrismo reductor, las dictaduras sudamericanas,.. Ambos sintieron la firme necesidad del compromiso como parte de su aportación intelectual. Sartre construyó un sistema filosófico exageradamente deudor de sus impresiones políticas, que le llevaron a alinearse los excesos despóticos del estalinismo más criminal. Camus también fue militante comunista, activo resistente contra el nazismo, que tempranamente reparó en la monstruosidad que había alumbrado el bolchevismo. El repudio de las ideologías y la condena del fanatismo le valió la ruptura con Sartre, que enarbolaba el pabellón de la justicia por encima del de la libertad individual. Camus reacciona contra los dogmatismos políticos y religiosos que pretenden subyugar a los seres humanos, y le reprocha a Sartre la urgencia a intervenir en la historia espetándole aquello de que «prefiero hombres comprometidos a literaturas comprometidas». Este desencuentro podría haber tenido más recorrido de no ser por el temprano fallecimiento de Camus. Sartre tuvo veinte años más para retocar las ideas y construir su propia leyenda personal.  Sin embargo, la lectura del siempre «joven» Camus (que a menudo se vio en la necesidad de rechazar la condición de «filósofo») resulta hoy reveladora de la propaganda, el dogmatismo y la controversia frentista que alimentan los modernos populismos y sus aparatos «justicieros». Por eso todos sus libros son referentes de obligada revisión, en especial El extranjero (1942), La caída (1956) y La peste (1947), a la que pertenece la cita que alguien escribió en la cubierta de nuestro viejo volumen: «Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras. Y, sin embargo, pestes y guerras pillan a la gente siempre desprevenida».

Algunas referencias de interés:
La amistad es la ciencia de los hombres libres.
Voltaire y la vacuna contra el fanatismo.
Por qué Sartre dijo no al Nobel.
Albert Camus: la honestidad frente a las ideologías.

la ley de los árboles

¿Saben cuál es el colmo de un amante de la naturaleza? Pues leer un libro de Ignacio Abella a la sombra de un tejo centenario. Nosotros tenemos la suerte de contar con tejos, naturaleza, libros… e incluso con el propio autor. Ignacio es un colaborador habitual y vecino generoso donde los haya. De vez en cuando nos visita para regalarnos la palabra con la que alimenta una copiosa producción editorial sobre naturaleza. No somos pocos los que leyéndole hemos redescubierto los árboles en toda su dimensión biológica, etnográfica, antropológica… e incluso mágica. Posiblemente estas plantas que tan familiares nos resultan sean los seres vivos que más han contribuido no solo a la transformación del planeta sino a la propia evolución de la humanidad. En pago a tales servicios, el hombre moderno se afana en cercar, secar, cercenar, triturar, quemar, decapitar, asfixiar, explotar y, lo que resulta aún más grave, ignorar a estos compañeros leñosos, verdaderos supervivientes a través de los siglos. Sin embargo, ni los colosos más asentados en la tierra que abrazan han podido resistir la furia del acoso, más destructivo que la descarga simultánea de un millar de rayos. Estos compañeros de viaje han sido testigos del arraigo y el progreso de las comunidades, y como tales a su sombra se han cobijado los concejos que ejercían el arbitrio de la ley nacida de la costumbre y el respeto por el entorno, surgidos a su vez del profundo arraigo territorial. En Árboles de Junta y Concejo. Las raíces de la comunidad (Libros Del Jata, 2015), la figura totémica del árbol perenne y frondoso se dibuja con la iglesia del pueblo al fondo, solemne, erguido sobre vidas y haciendas, prestando su callada presencia en pactos y acuerdos, leyes y tratos que quedan indeleblemente sellados al porte regio de su estampa. La progresiva pérdida de las señales identitarias y el desarraigo dieron por tierra con cientos, si no miles, de ejemplares vegetales que rivalizaban en porte y prestancia, abandonados a su suerte cuando ya la suerte de los paisanos, de sus paisanos, les fue ajena. La obra de Abella es rigurosa y está bien documentada: abunda en testimonios y fotografías que abarcan toda la España peninsular, la Europa aledaña y casi testimonialmente otras regiones de mundo.

«Hoy podemos construir inmensos edificios, catedrales o rascacielos, pero hemos olvidado o perdido la capacidad de criar un árbol «entero». La majestuosidad de los viejos árboles que se expandían con incomparable vigor y belleza, ocupando quizá por un milenio el corazón mismo de nuestros pueblos, ha degenerado en la imagen patética de árboles amputados o avejentados antes de tiempo, y sus sucesores apenas duran, con muchos cuidados, una décima parte de sus antecesores».

Posiblemente el destino de los árboles que aun resisten, al igual que el de sus sucesores, esté sellado. No se puede recuperar algo que no vive y palpita por fuera de los incontables centros de interpretación de la naturaleza. Las peregrinaciones casi rituales a los emplazamientos donde se erguían los ejemplares más longevos (En la foto «El Abuelo» en enero de 1979, nogal cuasi-milenario de La Hoz de Abiada, provincia de Santander), han dado paso a romerías masivas, sin orden, sin rumbo, que contribuyen a darle la puntilla al patrimonio vegetal bajo toneladas de populismo y buena fe. Ignacio Abella es consciente de que no es posible dar marcha atrás en la historia, pero propone que la misma sensibilidad que nos llevó a vivir en armonía con el paisaje y los recursos que atesora sea la que dirija en lo sucesivo las actuaciones tendentes a mejorar el entorno de la comunidad. Y nosotros desde aquí nos sumamos al propósito.  Árboles de Junta y Concejo, está prologado por Mª José Parejo, directora del programa El bosque habitado, de Radio Nacional (R3). Traemos a esta página un emocionante episodio que trata del regreso gozoso del tejo nuevo, junto a la iglesia de Santa María de Lebeña (La Liébana, Cantabria), merced al fiel madrinazgo de unas paisanas que siempre creyeron en su árbol, fuente de todas las certezas que las vinculaban a la tierruca. A su tierruca.

highsmith o la frustración

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Entre gatos y caracoles, Patricia Highsmith escribió sus historias más memorables: instaló la maldad en personajes que aún nos parecen convincentes porque están muy bien construidos. Quizá el amor que profesaba por felinos y gasterópodos era el que le faltaba por el género humano. Cuenta la propia Patricia que con nueve años leyó un libro de un influyente psiquiatra de la época; los psicópatas que desfilaban por sus páginas marcaron la derrota de la mayoría de las situaciones que comenzara a describir ya con quince años. La mirada de la Highsmith cultivó la simpatía hacia lo siniestro, la dimensión ignorada y desconocida del ser humano, la que nos inclina hacia el «lado oscuro» cuando se dan condiciones para ello. Esta proyección a contraluz nos obliga a entender a los asesinos de Highsmith con cierta empatía; no se trata de elementos sanguinarios ni de criminales sin entrañas. Simplemente son personajes marcados por algún tipo de frustración que se limitan a difuminar esa delgada línea que separa el bien del mal, obligando al lector a ajustarse las lentes mientras le pone en la desagradable tesitura de censurar una conducta o adherirse al homicida sin más contemplaciones. Highsmith nació con aliento de aguarrás (se dice que su madre intentó quitársela de enmedio bebiendo un vaso hasta arriba). Su biografía señala que desde ese momento todo fue a peor. Sin embargo, ni los embates existenciales ni los reveses sentimentales lograron vencer la determinación literaria de la escritora, una mujer alcohólica y huraña, de trato difícil, que supo mantenerse al margen de las modas y, exceptuando la producción (bastante digna, por cierto) de subsistencia, fue siempre fiel a sí misma, lo que contribuyó a convertirla en una escritora de culto, sobre todo en Europa, donde buscó el cobijo que no encontró en su tierra. Hay quien opina que le estilo de Highsmith no casa con el del moderno lector de novela negra, que la psicología minuciosamente depravada de sus personajes les inmuniza contra las etiquetas de «buenos» y «malos» que el cine americano ha contribuido a consolidar. Pero no hay quien niegue que las detalladas, complejas y redondas tramas de sus cuentos y novelas gozan de buena salud y todavía son objeto de rediciones y adaptaciones cinematográficas, alguna de ellas ciertamente mítica, como la de su primer éxito literario, aquel que le permitió dedicarse por entero a la literatura: Extraños en un tren, de 1950. Como bien se sabe, la versión para la gran pantalla fue dirigida por Alfred Hitchcock y adaptada por Raymond Chandler, otro eminente creador alcohólico.

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juan josé plans, in memoriam

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Muchos recordarán a este gijonés como periodista, guionista o escritor; sin embargo, a nosotros nos resulta más familiar la voz profunda con la que abría sus espacios radiofónicos, en la que nos invitaba a «pasarlo de miedo con miedo». Las dramatizaciones al viejo estilo de las ondas nos preparaban (o nos indisponían) para el sueño del fin de semana, mientras gozábamos de historias envueltas en jirones de esa niebla baja y espesa, sembrada de gritos, en cuyas entrañas se ocultaban las almas de cuántos deambularon a deshora por los muelles del Támesis. No le gustaba considerarse autor de género, pero Plans no se librará de que le asociemos, casi sin querer, con los inquietantes relatos a los que ponía voz y con aquellos otros escritos de su puño y letra, que llegaron incluso a la pantalla grande, la otra gran pasión del escritor. Con el inestimable concurso y el talento de Ibáñez Serrador, nos puso los pelos de punta con la novela El juego de los niños (La película recibió un nombre más comercial: Quién puede matar a un niño), ambientada en un pueblecito costero donde unos endiablados menores se adelantan en casi una década y media a la implantación de la LOGSE.

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niñueño

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Nuestros amigos de «El Escarabayu 2» montaron una buena: bajo el lema «Soñar despiertos«, convocaron a todos los pequeños escritores de la Cuenca para que dieran rienda suelta a su imaginación al tiempo que se sumaban a una bonita iniciativa solidaria. Un aluvión de relatos infantiles inundó los mostradores de la coqueta librería. El tributo sencillo de un mogollón de participantes con ganas de pasarlo bien inventando una historia, modelando una idea, cocinando una trama mejor o peor resuelta que siempre llevaba el ánimo de conmover al lector arrancándole una sonrisa. Leer y escribir abren las puertas del entendimiento y su ejercicio promueve el desarrollo de cualquier destreza intelectual (y cualquiera es cualquiera). Y así fue que los esforzados atletas de la palabra no nos defraudaron: los que tuvimos la oportunidad de escuchar alguno de estos relatos en boca de sus jóvenes autores, quedamos gratamente impresionados por sus recursos y la fina disposición para la fabulación; porque no basta con inventarse «historias»: hace falta poner las palabras justas a esa vocecita interior que nos evoca viajes a Marte, dulces festines de nubes de caramelo o vuelos rasantes sobre aviones de papel. El verano es propicio para emborronar las últimas inmaculadas hojas de nuestros cuadernos escolares; de paso, aprovechamos para dejar un rastro inteligente que dentro de unos años nos recordará que hay vida más allá de las anodinas actividades de garrafón. ¡Que os cunda!

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