Bien arropadito entre las páginas de Wilson, el Chiflado, el marcapáginas con coletas espera el regreso de C. A C. le gustan las historias policiacas, y cuando le recomendaron un libro de Mark Twain no lo dudó un momento: se abalanzó sobre el ejemplar que su padre tenía entre un montón de títulos del mismo autor: Tom Sawyer, Un yanqui en la corte del Rey Arturo, El príncipe y el mendigo, Tom Sawyer detective… Papá no puede ocultar su simpatía por Twain: en algún momento le oyó decir que defendió a los negros dentro y fuera de su país, condenando las prácticas esclavistas y el desprecio por la dignidad humana. Además, Twain era un gran amigo del inventor de la radio, el gran ingeniero Nikola Tesla, y esa ya era una muy buena referencia. De hecho, el propio escritor hizo sus pinitos como inventor, y siempre acogió con entusiasmo las nuevas propuestas de la ciencia. En este libro desvela la utilidad de una sencilla técnica, que con el tiempo se convirtió en uno de los recursos policiales más socorridos. C. regresa del baño a velocidad de crucero. Está en un momento crucial de la narración. Entonces mamá llama para comer. El marcapáginas vuelve a ocupar su sitio entre la 152 y la 153. Esta vez, C. tardará más en regresar, porque le espera un arrocito caldoso en su punto y su programa de dibujos animados favorito.

 

Es fácil encontrar defectos, si se tiene esa disposición. Érase una vez un hombre que, al no ser capaz de encontrarle defecto alguno a su carbón, se quejaba de que tuviera demasiados fósiles incrustados en él.

Almanaque de Wilson, el Chiflado