Los mapas siempre han cautivado la imaginación de las mentes libres: los contornos, las formas, los colores, las letras que recorren como hormiguitas la superficie del papel, los símbolos delicadamente atrapados en la complicada telaraña de rumbos y meridianos… Y sobre todo, el poder evocador de esas láminas, que nos transportan en el tiempo y en el espacio de una forma que no ha sido capaz de emular el gúguel maps. Desgraciadamente, en nuestra biblioteca no quedan mapas antiguos, extraviados o simplemente expurgados por “viejos”, el sino de cualquier volumen que tenga las tapas averiadas. Pero en la Biblioteca Nacional hay buena muestra de este arte que merece atención, y ya no solo por su indudable atractivo estético sino por la importante información geográfica e histórica que contiene, como el Atlas de Afferden (1755) o el Nuevo Atlas, o Teatro de todo el Mundo (1653) de Johannes Janssonius. Inspirados por una idea que encontramos en la red, e imitando el diseño del Atlas de geografía astronómica, física, política y descriptiva (1900) de Juan de la Gloria Artero, del que conservamos algunos mapas,  decidimos dibujar la primera lámina de lo que será nuestro Atlas Abreviado o Compendiosa Geografía de la Literatura Universal de Biblioluces, un recorrido cartográfico por la historia de la literatura, comenzando con el lúdico ejercicio de recrear la tierra de “los nobeles” con todo lujo de detalles. Ríos, ciudades, islas, cabos y hasta un par de golfos. Y es que la historia de los premios Nobel en esta disciplina da mucho, pero que mucho juego: ¿Quién ha oído hablar de los primeros galardonados? ¿Por qué hay tanto escandinavo de nombre impronunciable en la insigne relación? ¿Alguien fue capaz de rechazar tal distinción? ¿Cuántos hispanohablantes han merecido las ripiosas dádivas de la Academia Sueca? ¿Siempre se le ha concedido el premio al escritor más meritorio? ¿Qué nos haría falta actualmente, además de saber leer y escribir, para hacernos con una medalla de aleación y un diploma personalizado? Nuestro mapa litegráfico sobrevuela las nada desiertas islas en las que podemos distinguir poblaciones tan conocidas como Hemingway o García Márquez, o descubrir el sinuoso discurrir de los ríos que van a parar al lago Pasternak o desembocan en el mar de los Honores. La interpretación de los Nobel en clave geográfica nos ha permitido identificar las lenguas preponderantes, la distribución de autores por continentes y la trascendencia de sus obras. Son muchos más los olvidados que los recordados por crítica y público, aunque sea para mal, y de entre todos siempre hay alguno cuyo nombre nos evoca la marca de un colutorio para la garganta. Nuestra pequeña contribución a la cartografía literaria es un tributo a todos y cada uno de los galardonados, aunque solo sea por haber soportado estoicamente el frío riguroso del gélido y húmedo diciembre holmiense (Menos Dylan, claro).