Don Benito fue la primera pluma de España. Los expertos dicen que era casi tan digno de este billete de mil pesetas como Cervantes. Y no solo por el mérito de una producción literaria copiosa y variopinta, sino por la calidad portentosa de su prosa, sin parangón. Galdós fue coetáneo de Tolstoi y Proust, dos escritores muy influyentes. Ninguno de ellos fue reconocido con el Premio Nobel, pese a que los tres estaban en edad de merecer(lo). Pero se sabe que aunque la talla (literaria) de Don Benito no admitía controversia, la concesión de tal honor hubiera incomodado a muchos de sus paisanos, que le tenían por un excéntrico personaje, radical, mujeriego y, por si esto fuera poco, anticlerical. Galdós se ganó mucha de esta fama a pulso, y todavía hoy su vida sentimental ocupa a profesores y tertulianos exquisitos. Pero la mayoría de la obra galdosiana está lejos de ser un muestrario de fobias y rencores. Sus personajes (y sobre todo sus personajes femeninos) están retratados con la sutileza de un observador pulcro y juicioso. Según dicen, Don Benito era un hombre callado, amable y generoso, poco inclinado a hacerse notar. Celoso siempre de su vida privada, en Memorias de un Desmemoriado, el autor recuerda así sus primeros años en Madrid:

«Vine a esta Corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía… Escapándome de las cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital. Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias.»

Si uno se pasea por la avenida central de la biblioteca y aledaños encontrará decenas de títulos galdosianos, empezando por los cuarenta y seis Episodios Nacionales y terminando con El amigo manso, la última novela del autor. Intuimos que no resulta muy progre recomendar la lectura de estos volúmenes, y nos tememos que la osadía pueda interpretarse incluso como una invitación al esnobismo. Pero como los que cometemos exceso tal no tenemos (casi) ningún complejo, le dedicamos esta (y otra) entrada a Pérez Galdós, que a buen seguro nos estará contemplando desde el purgatorio templadito de todos los que algún día fueron billetes verdes.

manuscrito de «La Fontana de Oro