Pasados los blaquefridais y los cibermondais (proponemos a la Real Academia estas grafías para su próximo ejercicio anual de fijación, una vez que la renuncia a limpiar y dar esplendor ya se ha consumado), aun nos queda por delante la larga campaña de salvaje consumo navideño, que deja por sí misma una huella de carbono que ríete tú de la solidaria emisión entérica de mil millones de vacas pedorras. Llevamos más de diez años proponiendo alternativas mucho más razonables al regalo inútil, la prenda innecesaria, el complemento delirante, el aparato prescindible… Y no es que reneguemos de las atractivas invitaciones a la felicidad que por estas fechas permanecen expuestas en escaparates reales y virtuales. Ni mucho menos. Pero lo cierto es que la demanda razonable es la única capaz de controlar una oferta desmedida. Esta vez también vamos a recomendar el obsequio de libros. Bien entendido que no cualquier título ni cualquier autor; leer debe ser un acto responsable: debe contribuir al equilibrio, la emoción, el sentimiento, el saber y la diversión. Y después está el gusto y las inclinaciones de cada cuál. Los que están convencidos de que sobre esto, sobre gustos, no hay nada escrito, se sorprenderán de la enorme cantidad de páginas impresas que tratan sobre el particular (sobre gustos), clamorosa evidencia de que este refrán popular ha sido superado en crédito y fiabilidad por la paremia alternativa: Para gustos, los colores. Como tampoco tenemos la intención de dar satisfacción alguna a los fabricantes de cochina celulosa, vamos a invitar a regalar libros usados, libros sentidos y leídos que por cualquier razón nos apetezca compartir con los demás, más allá del simple préstamo a perpetuidad en el que suele convertirse cualquier generoso gesto en este sentido. Y no solo eso. Es posible imprimir nuestro sello inconfundible introduciendo algún elemento que haga de nuestro libro algo verdaderamente único: ilustraciones propias, notas y citas, hojas de árboles exóticos recogidas durante el verano, los pétalos de una flor, una figura de origami, un folioscopio… La creatividad convertirá el regalo en una pieza única, un volumen sin parangón, una muestra de cariño más allá de valor pecuniario, de esos que sobreviven a purgas y mudanzas, a repartos y subastas. Si no tienes candidatos a la mano, las librerías de viejo son bazares inagotables donde se confunden los embriagadores olores del tolueno y el furfural, los volúmenes centenarios con las colecciones de quiosco, los autores consagrados con los figurones en declive…

Y es que los buenos, buenos regalos no salen del bolsillo… Salen del corazón. Feliz Navidad.

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