El episodio vivido de los últimos meses ha ilustrado una evidencia a la que la mayoría de nosotros habíamos permanecido ajenos hasta el momento: la extrema vulnerabilidad de la especie y el terrible impacto social de la enfermedad traducido en pobreza, conculcación de derechos, manipulación, negligencia y muerte. Pero de ahí a convertirnos en «expertos» media un trecho considerable. Bien es cierto que la mayoria de esos expertos en cualquier cosa de los que se hacen notar en los medios, lo son sin avales ni formación, y posiblemente no sepan ni la mitad de la mitad de nada en particular, pues generalmente los que aceptan tan alegremente ese calificativo son los individuos más decididamente remisos al aprendizaje. En el caso de una pandemia, los epidemiólogos de verdad interpretan las claves del problema en función de estudios médicos y matemáticos que se contrastan a la luz de situaciones pretéritas, y son capaces de diseñar  modelos muy aproximados que anticipan los efectos más perniciosos para la población. De hecho, las desoídas advertencias de las organizaciones internacionales describían con bastante exactitud las consecuencias de un brote como el que vivimos. Ignorarlas trajo como consecuencia la desastrosa catástrofe que todavía no ha sido evaluada en su justa medida.
Aquellos que buscan respuestas en el presente han de volver la vista al pasado. La terrible pandemia de gripe española del primer cuarto del siglo XX ya no cuenta con testigos directos. Sin embargo, los abundantes registros ofrecen un filón inagotable para historiadores, médicos, sociólogos, matemáticos… también para cualquiera con ánimo suficiente como para establecer paralelismos entre lo que sucedió a partir de 1918 y lo padecido durante los últimos meses. Hay total unanimidad en señalar que España no fue sino uno más de los países asolados por la enfermedad y no el origen de la misma. No obstante, el nombre con el que se popularizó el brote es el que se ha impuesto, y a estas alturas no tiene sentido revisar lo que no tiene revisión. De este parecer es Laura Spinney, autora de El jinete pálido, un estupendo libro de divulgación sobre la gripe española aparecido en el 2018 con ocasión del centenario de una pandemia que se cobró entre 50 y 100 millones de víctimas.
El relato de Spinney es dinámico, serio y fundamentado. Documenta la pandemia en todas sus vertientes, aunque quizá la más atractiva es la que resulta de conectar los efectos de la Spanish flu con sucesos posteriores, determinantes en la evolución de acontecimientos como la crisis de los años veinte, la segunda guerra mundial o la emancipación colonial. Esos coletazos siguen ejerciendo de alguna forma un poderoso influjo en el discurrir de la historia: nos sorprende conocer, por ejemplo, que el origen de la fortuna de Donald Trumb se debe a la suculenta indemnización recibida por la muerte de su abuelo a causa de la gripe española.
Ahora que ya nos suenan familiares expresiones como distanciamiento social, cuarentena, debordamiento de la sanidad pública, heroicos sanitarios, detener la propagación, conseguir que la población cumpla, noticias falsas, desafección al poder, censura de prensa… llegamos a la conclusión de que incluso las sociedades más opulentas y avanzadas sucumben a los cantos de sirena de la falsa inmunidad, ignorando las demostraciones y advertencias de la implacable naturaleza a lo largo de su más que dilatada interacción con el género humano.
El jinete pálido de Laura Spinney se lee casi de un tirón y es una referencia de autoridad muy convincente en tertulias de sobremesa, al amor de un cafelito caliente y a no menos de dos metros del comensal más próximo.

«No cabe duda de que los medios tendrán un papel crucial que desempeñar en cualquier futura pandemia y también en esto 1918 nos enseña una valiosa lección: censurar y minimizar el peligro no funciona; difundir información veraz de manera objetiva y en el momento adecuado, sí. Sin embargo, la información y el compromiso no son lo mismo. Incluso cuando las personas tienen la información que necesitan para contener la enfermedad, no siempre actúan en consecuencia».