Ya parece que no pasa el tiempo entre una lotería y la siguiente —comentó la señora Delacroix—. Me da la impresión de que la última fue apenas la semana pasada… Desde tiempo inmemorial, la sucesión de sorteos marca el paso de los años en la pequeña comunidad de trescientos habitantes. Llegada la fecha, los niños se reúnen bien de mañana para poner todo a punto. Son los primeros en congregarse. Y los más entusiastas. Los adultos en cambio se dejan llevar de mala gana porque la celebración perturba la rutina cotidiana; bien es cierto que el ritual se ha simplificado con el tiempo, y desde que la urna se abre hasta que se conoce el resultado apenas pasa un par de horas.
Shirley Jackson (1916-1965) escribió “La lotería” cuando todavía se oían los ecos de las dos bombas atómicas que rubricaron el final de la segunda guerra mundial. La vida de la escritora se ajustaba a unos cánones que a ella le venían estrechos, pero en los que encajaba con la complacencia de quien acepta el ineludible destino de esposa y madre. El cuento se publicó en el New Yorker poco antes de que el senador McCarthy desencadenara un fabuloso proceso contra la libertad de conciencia. La misma opinión pública que se preparaba para delatar el desafecto patriótico y linchar a sus conciudadanos, se escandalizó, y de qué manera, por aquel relato tan poco convencional: la historia de un pueblito rural norteamericano apegado a las tradiciones de sus mayores, que asiste a los oficios del domingo, celebra en familia el Día de Acción de Gracias, y cada 27 de junio se somete de una manera un tanto perezosa a los designios de una lotería cruel, aunque no más que la fría disposición de todos los concurrentes a participar activamente de la macabra ceremonia.
Jackson estaba casada con un crítico literario muy influyente que no era ajeno al talento de su mujer, pero que en ningún momento propició la redención de la autora a través de su obra, una notable producción reconocible por sus rasgos de terror gótico y estilo incalificable. La escritora nos invita a ver “lo cotidiano” desde otra perspectiva, desvelando las claves del horror que convive entre nosotros, agazapado, formando parte de las sutiles relaciones sociales, revelándose en el momento oportuno sin que haya un declarado tránsito hacia el mal, ese mal que espera su oportunidad escondido en las profundas simas del alma humana. Desde su prisión doméstica, la agorafóbica Shirley se asoma a la ventana, observando a través de sus gafas de ojo de gato el tenue reflejo de una mujer atrapada por el tabaco, las anfetaminas y el alcohol. Ante sus ojos, el señor Summers planta en la plaza la urna negra con los boletos de la suerte. Todos estamos invitados a la rifa. Sentada en su taburete, Shirley extrae el suyo con una mano, mientras en la otra sostiene un buen vaso de bourbon. La papeleta contiene un punto negro.
Shirley Jackson falleció a los 48 años mientras dormía, quizá apabullada por el miedo más recio, el miedo a vivir, aunque con muchas historias por llevar al papel. Murió un día antes del tercer cumpleaños de su nieto Miles. En 2016 el ya consagrado artista Miles Hyman publicó una adaptación del relato de su abuela, “una reestructuración gráfica de su delicada arquitectura y una meticulosa traducción visual del cuento en un lenguaje totalmente nuevo”. En el día de la lotería, te invitamos a que tú también pruebes suerte. Te puede tocar.