Victor Hugo es un figurón, eximio literato, primera pluma de Francia… Sus restos reposan en el Panteón de París, junto a los Voltaire, Dumas, Malraux y ese otro señor que descubrió la bugambilla, de cuyo nombre ahora mismo no guardamos memoria. A sus exequias asistieron dos millones de personas según los organizadores; un poquito más de tres millones según la gendarmería local. Resulta inconcebible que haya un solo ciudadano francés que no haya leído a Hugo por lo mismo que no hay un español que ignore las obras de Pérez GaldósLeopoldo Alas «Clarín» o Torcuato Tárrago y Mateos. Y es que Don Víctor es autor, entre otras, de las novelas «Los miserables» o «Nuestra Señora de París». Ahí es nada. Poeta rutilante (Arbres de la forêt, vous connaissez mon âme!..), dramaturgo de vanguardia, orador vehemente, político inconstante… De precoces aspiraciones intelectuales, cuando al joven Hugo le preguntaban algo tan tonto como «¿qué quieres ser de mayor?«, el mozalbete, impertérrito, respondía: «O Chateaubriand o nada». En este billete de banco de los años sesenta, el escritor nos observa desde la atalaya de la edad, convertido en un clásico en vida que mira al espectador como diciendo: «Y qué pinto yo en un billete de a cinco pudiendo figurar en uno de quinientos…«. Pero por aquel entonces, en la Francia de de Gaulle  (¡¡imprescindible pinchar aquí!!) el titular de dicho billetazo era nada más y nada menos que ¡Molière!, un verdadero figurón, eximio literato, primera pluma de Francia…

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