Hace ciento cincuenta años que se publicó esta novelaza de Victor Hugo, larga como un día sin whatsApp. Pero ¡ojo! No se dejen llevar por el volumen. Si bien hay pasajes que pueden hacerse largos y pesados, la intensidad dramática de «Los miserables» merece una lectura al menos una vez en la vida. En este libro se recrean dilemas morales de perpetua actualidad, argumentos que siguen siendo, después de siglo y medio, acorazados a la deriva en este mar nuestro, agitado por las olas y los torpedos subacuáticos. Por estos días se nos venía a la cabeza la figura de Jean Valjean, el protagonista de la novela, perseguido infatigablemente por el jefe de policía Javert, el representante de una justicia que nunca le perdonará haber robado unas hogazas de pan. Ecos del pasado, claro, porque afortunadamente, en este siglo XXI nuestro contamos con una administración de justicia modélica que por cuatro duros ilumina cualquier sombra de iniquidad como la que describe Victor Hugo. «Los miserables» han inspirado obras menores y mayores. Desde las películas o las sesiones que Orson Welles le dedicó en su mítico espacio radiofónico del Mercury Theatre, hasta el archimegaconocido musical que lleva representándose varias décadas y cuyo emblema presenta a Cosette, la niña abandonada, dibujada por Émile Bayard para la primera edición de la obra.

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