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Amaro Carabel no es malo. En su pulso con la vida se ha llevado más de un revolcón. Ahora se encuentra solo, sin trabajo, sin amores… De su alma fatigada y exprimida Amaro es incapaz de extraer ni una sola gotita más de generosa indulgencia para con el prójimo. Empujado por las circunstancias, Carabel abraza sin éxito los viles preceptos de los canallas que haciendo ostentación de egoismo y mezquindad triunfan en todos los ámbitos de la vida. El estilo burlesco de Fernández Flórez impulsa una historia, a ratos esperpéntica, a ratos melodramática, que no resulta extraña por excesiva o exagerada. Al fin y al cabo, son muchos los paladines inmaculados que de continuo se sacuden a palmetadas sus prejuicios morales, y sin conflictos éticos en el horizonte de su ambición, toman el relevo en los órganos ejecutivos de corporaciones, bancos, instituciones o naciones enteras. La reflexión fernándezfloreciana (si puede llamarse así) vuelve la vista hacia los que no pueden cambiar, los que no se adaptan a los rigores curriculares de la escuela de la vida, y se ven abocados, por torpeza e incompetencia, a ser buenos, lo que en este contexto equivale a dóciles y conformistas. Carabel no es un hombre virtuoso incompatible con la villanía, ni tampoco el antihéroe que se revela contra la injusticia limpiando los caminos o removiendo la conciencia de sus paisanos; es un tonto incapaz de hacerse valer en un mundo de sinvergüenzas, un adaptado a la fuerza al que no le ha quedado más remedio que ejercer de probo ciudadano de los que nunca levantan la voz ni se saltan el turno en la frutería. Un tipo, quizá, como usted o como yo…

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