En primer plano, una dama recostada en el lecho se nos muestra desnuda, de espaldas al observador. Yergue la cabeza apoyándola sobre la mano derecha. Aparentemente su atención se concentra en el reflejo que le devuelve un espejo. Cerrando la composición por la izquierda, un cupido alado sostiene ante ella el marco de caoba. La voluptuosa figura atraviesa el lienzo de un extremo a otro, ocupando el espacio de lo que parece ser una estancia reducida. La cortina carmesí contribuye a crear una zona de color que incrementa la intimidad de la escena. La carnalidad de esta Venus nos invita a contemplarla, en primer lugar como mujer; más tarde como diosa, sin más atributos que los propios de una sensualidad de la que es imposible sustraerse. No está claro cómo el primer desnudo del arte español terminó en la National Gallery de Londres. Sabemos sin embargo que Diego Velázquez pintó este cuadro por encargo, que lo hizo hacia 1648 en Italia y que tuvo varios dueños, entre ellos Godoy, el favorito de Carlos IV.

El 10 de marzo de 1914 la Srta. Richardson (“Slasher Mary”) le asestó a traición ocho cuchilladas. Suficiente para matar a la mujer… Pero no a la diosa, que a través del espejo observaba impasible los ademanes homicidas de su asesina.

Venus ante el espejo: Velázquez y el desnudo, de Andreas Prater.
La mujer de Roma, de José Luis Martín Nogales.
Las manos de Velázquez, de Lourdes Ortiz.

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