Si no fuera por la sucesión de las estaciones y la posición de las estrellas, el movimiento de la Tierra pasaría desapercibido. Ningún bandazo que nos haga sospechar que viajamos por el espacio a más de cien mil quilómetros por hora… Así pasa con la Historia: no apreciamos los cambios, las volteretas del tiempo, hasta que encontramos puntos de referencia y tomamos perspectiva.
Cuando los más jóvenes se contemplan en el espejo de las generaciones,  reconocen en los rasgos de abuelos o bisabuelos los suyos propios como fruto que son de la herencia compartida, pero en cambio extrañan otros reflejos: los múltiples relatos en sepia atrapados entre los pliegues del recuerdo, historias que los mayores desgranan con más pelos que señales, el eterno vicio de los narradores minuciosos. Efectivamente, queridos niños: hubo un tiempo sin pantallas, sin cobertura, sin armarios modulares, los trenes echaban humo y las barras de pan calentitas te ponían perdido de harina. Sin embargo rodaban muchas bicicletas, más que ahora, y se reutilizaban hasta las chapas de los botellines. Un adelanto de la modernidad, diagnosticarán los expertos. La ilustradora Ilu Ros (Mula, 1985) dibuja un tierno encuentro que pone de manifiesto la complicidad entre dos mujeres, cada una producto de una época y una situación, y si la narradora alimenta anhelos y fantasías con pocas certezas aún, la abuela remata en el pueblo la faena de una biografía prolongada, poniendo rumbo a uno de esos reinos que se apagan con el atardecer mientras nos desvela la peripecia vital de la campesina, la emigrante, la esposa, la madre… En segundo plano, manteniendo la armonía del conjunto, la música, y en particular la copla, un eco de lamentos que, en boca de artistas de bandera como la Piquer, resume en pocos compases el sino cruel del amor mercenario, proscrito por una moral que desprende olor a naftalina y sacristía. La autora y su abuela despachan una narración amable que a ratos se tiñe de nostalgia o se enciende de esperanza. Y por encima de todo, la semilla que prende, el anticipo del porvenir que justifica tanto sacrificio, la renuncia a tantos sueños a favor de los que sois, somos, los herederos universales.
Os invitamos a que aprovechéis las vacaciones para escuchar El emigrante y leer Cosas nuestras, de Ilu Ros. Os resultará un ejercicio divertido y la coartada perfecta para buscar en el dial de vuestros mayores la sintonía de sus vidas sencillas. Y apasionantes. Feliz Navidad.