Son pocas las bibliotecas que guardan la memoria de Doña Emilia Serrano. Escribió muchos libros. Fue periodista, poeta, ensayista, aventurera, novelista y también baronesa, aunque esto último tan solo por conveniencia. Y todo ello en el siglo XIX, que fue testigo de una generación de escritoras excepcionales y curiosas que apenas han dejado huella de su paso por el mundo de las letras, aunque sí por el otro, por el de verdad. Con diecinueve años, la baronesa de Wilson lo había vivido todo o casi todo: un matrimonio por conveniencia, un egregio amante en fuga, una pronta viudedad y hasta la muerte de la hija ilegítima… Un dramón romántico impreso en la piel de una mujer joven, enamorada de los libros y de cuanto contenían. Doña Emilia supo pronto de su vocación por las letras; pero si algo ocupó su dilatada vida fue el afán por conocer. Viajera incansable, se paseó a su gusto por todo el mundo, descubriendo paisajes y paisanajes. A este temple natural de exploradora unió una fascinación por el Nuevo Mundo, continente qué recorrió de norte a sur y de sur a norte durante treinta años, hasta el punto de que al final de sus días se la conociera como la Cantora de las Américas. Acompañada siempre por un maletín donde guardaba todo tipo de cachivaches, recopilaba afanosa notas y apuntes que tomaba en archivos y bibliotecas. Pionera en muchas cosas, también lo fue en publicar guías de viajes; la baronesa describía los prodigios de la naturaleza como nadie, y no escatimaba esfuerzos por comprender el alma de las gentes qué habitaban las exóticas tierras que visitaba. Rescatamos de nuestro fondo Las perlas del corazón, un libro para madres que la autora subtítuló Deberes y aspiraciones de la mujer desde su infancia y en la vida íntima y mundial. Alguno de sus prologuistas varones lo describió como un «precioso libro en el qué la baronesa de Wilson ha consignado sus ideas y aspiraciones acerca del destino de la mujer en el estado actual de nuestras sociedades», y del que rescatamos hoy el siguiente fragmento:

A medida que la sociedad ha progresado, que la instrucción ha llegado a la mujer, que las preocupaciones religiosas y sociales que la condenaban a la ignorancia han ido disminuyendo, las mujeres han dado señales de superioridad intelectual en toda clase de trabajos literarios, así como industriales y científicos, desarrollo intelectual que en nada ha adulterado su carácter femenino, ni sus efectos, ni su gracia, ni sus virtudes. ¿Quién osaría afirmar que por ser generalmente mucho más instruidas, por gozar de más libertad, de más privilegios, así por las leyes como por las costumbres, las mujeres de Inglaterra y sobre todo las de América del Norte son menos morales, menos virtuosas, peores esposas y madres que las mujeres de las naciones en que costumbres y leyes les niegan la instrucción, los derechos y privilegios de que aquellas disfrutan?

Las perlas del corazón. Baronesa de Wilson, 1911