Categoría: buscando un billete (Página 2 de 2)

primum vivere deinde filosofare: Galdós

Don Benito fue la primera pluma de España. Los expertos dicen que era casi tan digno de este billete de mil pesetas como Cervantes. Y no solo por el mérito de una producción literaria copiosa y variopinta, sino por la calidad portentosa de su prosa, sin parangón. Galdós fue coetáneo de Tolstoi y Proust, dos escritores muy influyentes. Ninguno de ellos fue reconocido con el Premio Nobel, pese a que los tres estaban en edad de merecer(lo). Pero se sabe que aunque la talla (literaria) de Don Benito no admitía controversia, la concesión de tal honor hubiera incomodado a muchos de sus paisanos, que le tenían por un excéntrico personaje, radical, mujeriego y, por si esto fuera poco, anticlerical. Galdós se ganó mucha de esta fama a pulso, y todavía hoy su vida sentimental ocupa a profesores y tertulianos exquisitos. Pero la mayoría de la obra galdosiana está lejos de ser un muestrario de fobias y rencores. Sus personajes (y sobre todo sus personajes femeninos) están retratados con la sutileza de un observador pulcro y juicioso. Según dicen, Don Benito era un hombre callado, amable y generoso, poco inclinado a hacerse notar. Celoso siempre de su vida privada, en Memorias de un Desmemoriado, el autor recuerda así sus primeros años en Madrid:

«Vine a esta Corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía… Escapándome de las cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital. Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias.»

Si uno se pasea por la avenida central de la biblioteca y aledaños encontrará decenas de títulos galdosianos, empezando por los cuarenta y seis Episodios Nacionales y terminando con El amigo manso, la última novela del autor. Intuimos que no resulta muy progre recomendar la lectura de estos volúmenes, y nos tememos que la osadía pueda interpretarse incluso como una invitación al esnobismo. Pero como los que cometemos exceso tal no tenemos (casi) ningún complejo, le dedicamos esta (y otra) entrada a Pérez Galdós, que a buen seguro nos estará contemplando desde el purgatorio templadito de todos los que algún día fueron billetes verdes.

manuscrito de «La Fontana de Oro

pessoa: uno de tantos

Cuando la peseta, el dracma y el escudo eran tres divisas de poquísimo peso que buscaban refugio en las altas cumbres de los Alpes Suizos, los Bancos Nacionales emitían billetes con imágenes de conquistadores y eminentes figuras de las letras. Por aquel entonces, los países imprimían dinero a capricho y se montaban su propio Monopoly. Ahora el euro nos da alegría y estabilidad, pero limita la cancha del homenaje a los sellos de correos y los cupones de lotería. En 1988, Portugal emitió una serie de cem escudos, el último en papel de su historia. En el anverso figuraba el retrato de Fernando Antonio Nogueira Pessoa, un escritor que se manifestó contrario a la tradición lusa que prescribe la utilización preferencial del apellido materno. Portugués casi por casualidad, Fernando Pessoa (persona o máscara) escribía compulsivamente utilizando varias decenas de heterónimos, que eran algo así como desdoblamientos de su personalidad creadora. Digamos que, siendo uno, el autor se multiplicó en un sinfín de poetas (se dice que setenta y dos) con distintas inquietudes, que componían en tres idiomas diferentes y cada cual a su manera: «como cuando era niño, tendía a crear un mundo de ficción en torno y a rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron». Su vida y su obra está envuelta de un halo de misterio que no se corresponde con la anodina existencia de un oficinista nómada en su propia ciudad: Lisboa. Falleció joven. Exceptuando una colección de poemas en inglés y Mensagem, la mayoría de su producción, fértil y copiosa, no vería la luz hasta diez años después de su muerte. Traemos aquí algunas poesías de «su otro yo» Alberto Caeiro, cantor de la naturaleza; su biografía apócrifa nos cuenta que vivió apaciblemente en el campo y murió a los veintiséis años, víctima de la tuberculosis.

libro «Poemas de Alberto Caeiro»

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Was ist unser höchstes Gesetz?

Hace mucho, pero que mucho tiempo, existían dos Alemanias. No se puede decir que entre ambas hubiera muy buen rollo. De hecho, estaban separadas por un muro físico y político. Una de las alemanias era rica, floreciente, industriosa y tenía una buena selección de fútbol. La otra, la que se hacía llamar democrática, no era ni siquiera eso. Ésta última emitió en 1975 un billete con la efigie de un escritor reivindicado por las dos Germanias: Johann Wolfgang von Goethe. Goethe fue todo un personaje: además de literato de altura, ejerció de ministro y presumió de científico con ideas propias, de esas que no pasan a la posteridad, pero dan que pensar. Intelectualmente superdotado, se codeó con las personas más notables de su época, llegando a conocer a Napoleón, por el que sentía una gran admiración. Una de sus primeras novelas, Las desventuras de Werther, ocasionó una ola de suicidios entre jóvenes deprimidos aquejados de mal de amores. También es autor de Fausto, considerada una obra cumbre de la literatura universal. Goethe se pasó toda su vida revisando y corrigiendo el texto, hasta el punto de que la segunda parte solo se publicó después de su fallecimiento. El Fausto ha inspirado un montón de producciones literarias, pictóricas, musicales y cinematográficas (como prueba traemos aquí el de Murnau, una versión de 1926 aún no superada). Hijo de su tiempo, las ideas de Goethe eran un poquitín, cómo decirlo, acomodaticias: de él se dijo que «halagaba el egoísmo, la dureza de corazón; por eso lo aman los faltos de amor«. Se le atribuyen sentencias como aquella que reza «prefiero la injusticia al desorden» o ésta última, «Was ist unser höchstes Gesetz? Unser eigener Vorteil» (¿Cuál es nuestra ley suprema? Nuestro propio beneficio), divisa que, al margen de las ideologías, podría figurar en un billete de banco emitido por cualquier país.

El Instituto público que lleva su nombre tiene el misión de difundir por el mundo el conocimiento de la lengua germana y su cultura. Vendría a ser el equivalente a nuestro Instituto Cervantes. Ambos fueron laureados, (¡cómo no!) con el premio príncipe de asturias de hace unos años…

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