La serie de grabados más conocida de Francisco de Goya presenta una visión de la guerra radicalmente distinta a la del resto de sus contemporáneos. Carentes de todo fin propagandístico, los descarnados cobres que el pintor empezara a grabar en 1810 nos muestran el rostro más oscuro y abyecto de la guerra: el de los muertos, los asesinos, los inocentes… los indefensos, el de los que se complacen con el padecimiento ajeno, con el escarnio sangriento que alimenta la venganza y no entiende de bandos ni de patrias. Los desastres de la guerra se editaron por primera vez en 1863, treinta y cinco años después de la desaparición del autor y transcurrido casi medio siglo del fin de la Guerra de la Independencia. Pronto nos ocuparemos de este capítulo de la moderna historia de España. y más en concreto de los Episodios Nacionales en este Año Galdós que tenemos por delante. Pero sigamos la huella gráfica de este insigne precedente para identificar a los maestros del cómic español que encontraron en el género bélico un perfecto vehículo para hacer historias. Los cuadernos apaisados de Hazañas Bélicas eran leídos por millones de lectores que los compraban en los quioscos para después intercambiarlos y canjearlos literalmente hasta el desgaste… El primer número fue publicado en 1948 con el sello de la editorial Toray. Se trataba de una historieta corta en blanco y negro, escrita y dibujada por un antiguo combatiente republicano, Guillermo Sánchez Boix (1917-1960), más conocido por su sobrenombre artístico: Boixcar. El dibujante creó un estilo muy personal y discutido, utilizando tramas y fotografías para reproducir al detalle abundante maquinaria de guerra. Como se puede suponer, los guiones debían navegar en el proceloso mar de la censura, y si bien muchos de los relatos abordan cuestiones más éticas que ideológicas, era inexcusable «decantarse» por un bando u otro a la hora de contextualizar las andanzas de los protagonistas. Así, en los relatos ambientados en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, «los malos» son los japoneses. En las historias del frente del este, los héroes son los alemanes y los villanos los rusos. Como se puede suponer, en los cuadernos sobre la Guerra Fría, el bando «canalla» es el comunista, formado por soviéticos, chinos, norcoreanos, vietnamitas o birmanos. La década de los cincuenta del siglo pasado fue particularmente prolífica en guionistas y dibujantes de gran talla profesional, dedicados en cuerpo y alma a producir a destajo para un mercado ávido y en expansión. García Iranzo, Luis Bermejo, Joaquin Brrenguer, Adolfo Álvarez-Buylla, Miguel Ambrosio ZaragozaVictor Mora, José Ortiz… Eran tantos en el oficio que se llegaron a crear varias agencias que operaban internacionalmente para representarlos allende nuestras fronteras. No fueron pocos los que encontraron oportunidades de promoción personal y artística en Europa e incluso en Estados Unidos, donde a la sazón se publicaban las series más difundidas e influyentes del momento. Tal fue el caso de Luis Collado Coch (Valencia, 1935), uno de los más jóvenes de esta generación prodigiosa, que publicó gran parte de sus historietas bélicas en el Reino Unido. Este autor de larguísima trayectoria fue uno de los valuartes de la revista Pacifik, una curiosa iniciativa editorial decididamente antibélica, y en la que también colaboraron Reed CrandallJoe OrlandoCarlos Giménez, Victor Hugo Arias, Gray Morrow, Alex Toth, Sergio Toppi… El experimento se prolongó en España durante tres números (que puedes leer en la biblioteca si lo deseas). Collado Coch se encargaba de las páginas centrales, a todo color. Bajo el título genérico de Historias de soldados, Collado dramatizaba la esencia misma del conflicto: unos matan y otros mueren… una sencilla disyuntiva que sin embargo no te librará de morir sepultado bajo los escombros. Como artesano en activo, Collado sigue publicando trabajos primorosos con guiones propios y excepcionalmente documentados. Nosotros hemos querido profundizar un poco más en la obra del autor valenciano. Con ello pretendemos tributar un sencillo homenaje a toda aquella generación de artistas gráficos que elevaron la historieta a la categoría que aun hoy le corresponde.

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