Lo conocimos en el Palacio de la Magdalena. Hermoso agosto en Santander durante el que, contra todo pronóstico, se hilvanaron varios días de sol espléndido. D. Mario dirigía un seminario sobre filosofía de las ciencias sociales. En el piso inferior, el doctor Castilla del Pino hablaba de psicopatología del lenguaje. Así que hubo que repartirse. En las aulas de palacio, la concentración de sabios por metro cuadrado era asombrosa. Como nadie había tenido la previsión de llevar una grabadora, organizamos una rueda para tomar por turnos notas literales. Después las agitábamos con vehemencia en las retóricas sesiones de café que disfrutábamos a diario en los salones de la planta noble, o sentados en las escaleras de las solanas que se orientan hacia a la bahía. Por aquel entonces, Bunge era un amable septuagenario en plena efervescencia. Antes se creía que el ejercicio del poder causaba úlceras, y no es así. Es al revés. La sumisión causa úlceras. En un ambiente ligeramente académico por lo desenfadado y lo informal, el profesor Bunge se despachaba a gusto contra las pseudociencias. Nos chocaba que fuera precisamente un argentino el que aplastara las pretensiones científicas del psicoanálisis, rebajado de disciplina formal a pura charlatanería, igualmente formal. Los que empezábamos a intuir que el influyente Sigmund (el gran macaneador) era un intelectual mediocre y pagado de sí mismo, celebrábamos las palabras inmisericordes del maestro. Los discrepantes se encontraron en la encrucijada de seguir confiando en la taumaturgia del insigne austriaco o creer al exiliado argentino. Curiosa tesitura. Pero visto en perspectiva, los méritos de uno y otro no admitían comparación: Mario Bunge era físico de partículas, matemático, epistemólogo, profesor de lógica y autor de numerosos libros de filosofía, entre ellos su Treatise on Basic Philosophy, obra magna. Le otorgaron dos decenas de doctorados honoris causa en sendas universidades y en el año del Mundial de fútbol le concedieron el Premio Príncipe de Asturias, no recuerdo de qué porque prácticamente podía haber sido candidato ganador en todas las modalidades. Lo jubilaron con 90 años en una institución educativa canadiense de prestigio, pero siguió en activo hasta el último minuto. Me quedan muchos problemas por resolver, no tengo tiempo de morirme. Cumplido el siglo de vida, D. Mario encontró un ratito para morirse cuando ya todos pensábamos que la inmortalidad sería la última gran conquista del maestro, un defensor a ultranza de la siesta cotidiana. El profesor Bunge (o Banch o Bunye o Bungue, que a él lo mismo le daba) es, ante todo, un autor estimulante. Para descubrirlo basta leer algunas aportaciones sencillas que nos permitirán familiarizarnos con su estilo y su discurso. Nosotros proponemos aquí dos recopilaciones de artículos: Las pseudociencias ¡vaya timo! y 100 ideas, ambas de la editorial Laetoli. Hay dos clases de rebeldes: los que saben algo y los que no saben nada y se rebelan contra todo por ignorancia. Las reflexiones de este pensador moderno, consagrado a desenmascarar la superchería, están de plena actualidad. Es posible que sus argumentos certeros alienten la rebeldía de los más sensatos. Y hasta puede que iluminen la de los más zopencos.