El año en que sucedieron los hechos, el autor del Robinson Crusoe era un niño… el conocimiento o más bien el recuerdo que Daniel (De)Foe (1660-1731) pudiera tener de lo acontecido en el sur de Inglaterra entre abril de 1665 y septiembre de 1666 no resistiría el severo examen de la historia. Sin embargo, el escritor relata en primera persona la coyuntura de aquellos meses trágicos, durante los cuáles Londres perdió un quinto de su población. La causa: una epidemia de peste bubónica proveniente de Holanda que arribó a los repletos y bulliciosos muelles del puerto inglés. A Journal of the plague year. Written by a citizen who continued all the while in London fue publicado en 1722 bajo las iniciales H.F., lo que invita a sospechar que presumiblemente la obra estuviera basada en los diarios escritos por Henry Foe, tio del autor. Sea como fuere, Defoe completa lo que desconoce con lo que ha oído o, sencillamente, con lo que se inventa, recurso que no le es en absoluto ajeno al periodismo del que se hace hoy en día. Este testimonio novelado resulta muy revelador; describe ya no solo la evolución de la epidemia sino todas las claves de una infección masiva, que se propagó de forma incontrolada entre la población de barrios y parroquias sin respetar rango ni condición social. Sin embargo H.F., sometido como cualquiera al dictado de fuerzas que trascienden el empeño reparador de los hombres, pasea despreocupadamente, confiado en que no le señale el designio divino como a tantos otros. El autor toma nota de cuanto sucede como si los miasmas que flotan en el ambiente no fueran con él. Es, en cierta forma, un reportero acreditado en zona de guerra, yendo y viniendo de acá para allá sin más motor que la «curiosidad» y el «aburrimiento». En la crónica dispersa y formalmente poco rigurosa podemos identificar claves que nos resultan familiares: la corrupción, el egoismo, la ignorancia o el desenfreno de una población aterida por el pánico y el hedor de la muerte que lo impregna todo (excepto, claro está, los calzones de H.F.). No es fácil imaginarse en una situación tal, aunque resulta mucho más próxima si abordamos el relato de Defoe desde la perspectiva que nos ofrece la crisis del coronavirus. Confinamientos, miedo, paralización económica, caos sanitario, recursos limitados, deserción, necesidad, superchería, negligencia, falta de escrúpulos… pero también solidaridad y entrega; la condición humana enfrentada al duro trance de la lucha por la supervivencia, una suerte de coreografía desesperada para evitar la danza de la muerte o, como es nuestro caso, el estigma doloroso de la enfermedad. En momentos como estos, en los que la invulnerabilidad es tan solo un concepto teórico, H.F. nos invita a calzar sus botas y recorrer los arrabales del subconsciente encarando los fantasmas que moran el interior, espectros que aguardan el momento propicio para manifestarse, sea por interés, miedo o desconfianza. Diario del año de la peste debería ser lectura aconsejable para aquellos que no saben nada, y obligatoria para aquellos que no saben nada de nada pero que sin embargo han de gestionar crisis sanitarias globales con templanza, determinación, inteligencia, conocimiento y valentía. Praesis ut prosis ne ut imperes.

He de detenerme aquí. Podría achacárseme el ser severo, y quizás injusto, si abordo el desagradable trabajo de atacar la ingratitud, sea cual fuere su causa, y la reaparición de toda clase de perversidades entre nosotros, de las que tantas he visto con mis propios ojos. Por ello, concluiré la narración de los sucesos de aquel año calamitoso con un verso mío, tosco pero sincero, que compuse al final de mi diario, el mismo año en que éste fue escrito:

A dreadful plague in London was
In the year sixty-five,
Which swept an hundred thousand souls
Away; yet I alive!