Autor: FJR (Página 4 de 84)

la serrana

Te invitamos a que uno de los propósitos literarios para el año nuevo sea el de recordar al menos uno de los romances tradicionales de nuestro rico romancero, una expresión de cultura popular que sin el sustento que le es propio, la transmisión oral, únicamente resulta accesible a través de registros sonoros que folcloristas e investigadores entusiastas recopilaron durante las últimas décadas por toda la geografía española. Curiosamente, fueron los niños del siglo XX los últimos depositarios de un romancero casi totalmente olvidado que hunde sus raíces en el siglo XIV, al incorporarlos al repertorio musical de sus correrías por el patio de la escuela o la plaza del pueblo. Escribe Menéndez Pidal en su Romancero Hispánico que «La última transformación de un romance y su último éxito es el llegar a convertirse en un juego de niños».

Los romances son poemas breves de tema variado que se cantaban o recitaban con acompañamiento musical, y que estaban íntimamente ligados al folclore del lugar, por lo que abundaban versiones, interpretaciones y variantes sobre un mismo tema.
El que traemos hoy aquí trata de pasiones innobles y amores mal entendidos. Con una técnica casi cinematográfica, el romance describe el encuentro en descampado entre la serrana y uno de los galanes que la pretenden. La muchacha acude a la boda de su hermano sorteando como puede la nieve que se acumula en el camino. Hace un frío que pela. Al notar la presencia del hombre, pone pies en polvorosa. Pero el individuo no está dispuesto a dejar escapar la presa y, dejándose de disimulos, corre tras ella. La alcanza al pie de un olivo mágico. Por mucho que insiste, el caballero no logra convencer a la muchacha de sus buenas intenciones, hasta que, harto de ruegos y carantoñas, descubre sus cartas: si por las buenas no se le otorgan los favores que demanda, se los tomará él por las malas a punta de cuchillo. En pleno forcejeo, el puñal le cae de las manos y la serrana, veloz como un rayo, lo toma al vuelo y le atraviesa el corazón de parte a parte, punto álgido de la historia. En esta versión, la chica no se apiada del galán, que en trance de muerte se lamenta infantilmente por la torpeza cometida. La serrana no solo da muestras de ser rápida, ágil y veloz, sino que haciendo alarde de un músculo notable, carga el cuerpo del hombre a lomos de su caballo con intención de darle sepultura. La versión escogida incorpora a un ermitaño que le concede el lugar que viene buscando, aunque discretamente deja entender que el muerto no es cosa suya y que si quiere redondear la faena ha de apañarse ella solita como buenamente pueda.
La versión cantada es de Joaquín Díaz.

Por la montañita arriba camina la serranilla
con la falda arregazada y la nieve a la rodilla.
La nieve caía a copos y agua menudita y fria,
con el pie pisa la nieve, con el zapato la trilla.
Echó la vista hacia atrás, por ver si alguno venía
la estaba viendo un galán de los que la pretendían.
La niña de que le vió, dejó de andar y corría;
mucho corría el caballero, pero más corre la niña.
Dónde la vino a alcanzar, al pie de la verde oliva,
la oliva como era amarga, amargamente decía:
-Dónde va la niña blanca, donde va la blanca niña.
-Voy a bodas de mi hermano, que casarse pretendía.
-Si tú me quieres a mí, yo iría en tu compañía.
-Yo no te quería a ti, que mis padres no querían;
no me quites el honor, aunque me quites la vida.
-Te he de quitar el honor, no te he de quitar la vida.
Estando en estas palabras, el puñal se le caía,
la serrana que no es torpe, con su mano le cogía.
Se le clavó por la espalda, a un costado le salía.
Con las ansias de la muerte, estas palabras decía:
-No te vayas alabando, ni en tu tierra ni en la mia
que has dado muerte a un galán, con las armas que él traía.
Se le cogió en el caballo, sube montañas arriba
donde había un ermitaño ganando su santa vida.
-Por Dios te pido, ermitaño, por Dios te lo pediría
que me dejes enterrar un cuerpo que aquí traía.
-Entiérrale niña blanca, entiérrale, blanca niña.
Con el su puñal dorado, la sepultura le hacía.

macbeth

Las tragedias de Shakespeare nos acercan tanto al espíritu del hombre que no es fácil ver o leer sus obras sin sentir escalofríos, como si nos contempláramos por dentro, bajo la piel. La entraña palpitante que tanto nos perturba se llama Julio César, Otelo, Hamlet, Lear. O Macbeth. Parece ser que la historia que narra Shakespeare poco o nada tiene que ver con las verdaderas tribulaciones de este rey de Escocia. Como fabulador que era, el autor se sirvió de los testimonios que más convenían a su intención dramática, descuidando el rigor histórico. Sin embargo, el personaje que ha alcanzado inmortal notoriedad es este Macbeth teatral, y no el oscuro señor de la guerra que se alzó en armas contra Duncan, un soberano débil que también se había apropiado el trono de aquella manera. Los hijos de Duncan fueron desterrados, pero uno de ellos regresaría para arrebatarle de nuevo el cetro, o la porra, en un levantisco ciclo de traiciones y venganzas sin fin, que en la Escocia de aquella época era la modalidad preferida a la hora de hacer política. Con su habitual olfato dramático, Shakespeare se propuso componer una historia trufada de alusiones al frustrado magnicidio que estuvo a punto de proyectar literalmente por los aires a Jacobo Estuardo, a la sazón rey de Inglaterra, y que se dio en llamar, no por casualidad, la Conspiración de la Pólvora. La escenificación de los acontecimientos de la Escocia del siglo XI permitía al público del siglo XVII enfrentarse a una versión simbólica de este proyecto de atentado, y a presenciar el restablecimiento triunfal del orden. Muchos son, pues, los atractivos de esta obra para los espectadores de la época, a los que no se les pasaba por alto el mensaje subliminal del argumento, pacientemente hilvanado por el autor y por cuántos le sucedieron en los añadidos que no le son atribuibles. ¿Y para nosotros? Las siempre enriquecedoras disecciones humanas de Shakespeare proporcionan al público ávido de sensaciones una estimulante amalgama de belleza y pasión, y la densidad poética de los textos sigue fraguando con firmeza en la mente del lector moderno, inclinado como el de antaño a revolverse en la butaca cuanto detecta las fuerzas oscuras que desencadenan la tragedia, a sobrecogerse ante el triste espectáculo que ofrece el alma débil y manipulable, y a indignarse de igual manera por el impulso irracional que mueve a engañar, traicionar y asesinar para cumplir unos designios confusos, que en el caso de Macbeth y su esposa terminan siendo fatales.

Abundan las versiones de esta obra universalmente reconocida en casi cualquier idioma, pero es necesario algo más que saber inglés para traducir Macbeth. Con todo respeto discrepamos de Harold Bloom cuando advierte que las malas traducciones de Shakespeare aconsejan abstenerse al lector en español. Pues apañados estaríamos el común de los mortales si solo pudiéramos leer a los clásicos en el original. Si te acercas por la biblioteca encontrarás una versión de Ángel Luis Pujante y otra de Don Agustín García Calvo. Resulta interesante comparar el trabajo de ambos, descubriendo las soluciones estéticas que encuentran para cada verso, algo al alcance de muy pocos, es verdad, pero a prueba de los lectores más exigentes. Feliz Año Nuevo.

 

cosas nuestras

Si no fuera por la sucesión de las estaciones y la posición de las estrellas, el movimiento de la Tierra pasaría desapercibido. Ningún bandazo que nos haga sospechar que viajamos por el espacio a más de cien mil quilómetros por hora… Así pasa con la Historia: no apreciamos los cambios, las volteretas del tiempo, hasta que encontramos puntos de referencia y tomamos perspectiva.
Cuando los más jóvenes se contemplan en el espejo de las generaciones,  reconocen en los rasgos de abuelos o bisabuelos los suyos propios como fruto que son de la herencia compartida, pero en cambio extrañan otros reflejos: los múltiples relatos en sepia atrapados entre los pliegues del recuerdo, historias que los mayores desgranan con más pelos que señales, el eterno vicio de los narradores minuciosos. Efectivamente, queridos niños: hubo un tiempo sin pantallas, sin cobertura, sin armarios modulares, los trenes echaban humo y las barras de pan calentitas te ponían perdido de harina. Sin embargo rodaban muchas bicicletas, más que ahora, y se reutilizaban hasta las chapas de los botellines. Un adelanto de la modernidad, diagnosticarán los expertos. La ilustradora Ilu Ros (Mula, 1985) dibuja un tierno encuentro que pone de manifiesto la complicidad entre dos mujeres, cada una producto de una época y una situación, y si la narradora alimenta anhelos y fantasías con pocas certezas aún, la abuela remata en el pueblo la faena de una biografía prolongada, poniendo rumbo a uno de esos reinos que se apagan con el atardecer mientras nos desvela la peripecia vital de la campesina, la emigrante, la esposa, la madre… En segundo plano, manteniendo la armonía del conjunto, la música, y en particular la copla, un eco de lamentos que, en boca de artistas de bandera como la Piquer, resume en pocos compases el sino cruel del amor mercenario, proscrito por una moral que desprende olor a naftalina y sacristía. La autora y su abuela despachan una narración amable que a ratos se tiñe de nostalgia o se enciende de esperanza. Y por encima de todo, la semilla que prende, el anticipo del porvenir que justifica tanto sacrificio, la renuncia a tantos sueños a favor de los que sois, somos, los herederos universales.
Os invitamos a que aprovechéis las vacaciones para escuchar El emigrante y leer Cosas nuestras, de Ilu Ros. Os resultará un ejercicio divertido y la coartada perfecta para buscar en el dial de vuestros mayores la sintonía de sus vidas sencillas. Y apasionantes. Feliz Navidad.

perlas del corazón

Son pocas las bibliotecas que guardan la memoria de Doña Emilia Serrano. Escribió muchos libros. Fue periodista, poeta, ensayista, aventurera, novelista y también baronesa, aunque esto último tan solo por conveniencia. Y todo ello en el siglo XIX, que fue testigo de una generación de escritoras excepcionales y curiosas que apenas han dejado huella de su paso por el mundo de las letras, aunque sí por el otro, por el de verdad. Con diecinueve años, la baronesa de Wilson lo había vivido todo o casi todo: un matrimonio por conveniencia, un egregio amante en fuga, una pronta viudedad y hasta la muerte de la hija ilegítima… Un dramón romántico impreso en la piel de una mujer joven, enamorada de los libros y de cuanto contenían. Doña Emilia supo pronto de su vocación por las letras; pero si algo ocupó su dilatada vida fue el afán por conocer. Viajera incansable, se paseó a su gusto por todo el mundo, descubriendo paisajes y paisanajes. A este temple natural de exploradora unió una fascinación por el Nuevo Mundo, continente qué recorrió de norte a sur y de sur a norte durante treinta años, hasta el punto de que al final de sus días se la conociera como la Cantora de las Américas. Acompañada siempre por un maletín donde guardaba todo tipo de cachivaches, recopilaba afanosa notas y apuntes que tomaba en archivos y bibliotecas. Pionera en muchas cosas, también lo fue en publicar guías de viajes; la baronesa describía los prodigios de la naturaleza como nadie, y no escatimaba esfuerzos por comprender el alma de las gentes qué habitaban las exóticas tierras que visitaba. Rescatamos de nuestro fondo Las perlas del corazón, un libro para madres que la autora subtítuló Deberes y aspiraciones de la mujer desde su infancia y en la vida íntima y mundial. Alguno de sus prologuistas varones lo describió como un «precioso libro en el qué la baronesa de Wilson ha consignado sus ideas y aspiraciones acerca del destino de la mujer en el estado actual de nuestras sociedades», y del que rescatamos hoy el siguiente fragmento:

A medida que la sociedad ha progresado, que la instrucción ha llegado a la mujer, que las preocupaciones religiosas y sociales que la condenaban a la ignorancia han ido disminuyendo, las mujeres han dado señales de superioridad intelectual en toda clase de trabajos literarios, así como industriales y científicos, desarrollo intelectual que en nada ha adulterado su carácter femenino, ni sus efectos, ni su gracia, ni sus virtudes. ¿Quién osaría afirmar que por ser generalmente mucho más instruidas, por gozar de más libertad, de más privilegios, así por las leyes como por las costumbres, las mujeres de Inglaterra y sobre todo las de América del Norte son menos morales, menos virtuosas, peores esposas y madres que las mujeres de las naciones en que costumbres y leyes les niegan la instrucción, los derechos y privilegios de que aquellas disfrutan?

Las perlas del corazón. Baronesa de Wilson, 1911

descubra el kraken… (y dos)

Continuación de la conversación que mantuvimos con Carlos Busqued, autor de Bajo este sol tremendo. Que aproveche.

-Aquí, en España, los autores de moda se lucen muy engolados y se inventan palabras ¿Qué opina usted de los que se les queda corto el diccionario?

Detesto a (y me aburro con) las personas pretenciosas.

-Si le propusieran participar en la redacción de un libro de autoayuda dirigido a personas desbordadas por su arrollador éxito personal, social y profesional ¿Qué nos diría?

Ha ha, diría que agarro la plata por el encargo, pero que para ser sincero no tengo idea del tema.

-En los últimos tiempos llevamos leyendo novelas que indagan profundamente en la psicología de lo personajes y todo eso, pero que al final no nos cuenta casi nada… ¿Se está perdiendo la facultad de contar historias o es que un relato bien fundamentado no está al alcance de todo el mundo (que escribe)?

Lo que pasa es que mucha gente no quiere contar historias, sino hablar sobre sí mismos, sus reflexiones personales, sus concepciones de tal o cual cosa. Por eso hay tantos libros soporíferos y tantos autores tan contentos consigo mismos.

-Está de moda el relato breve, dicen que por aquello de que la gente no tiene mucho tiempo ni de leer ni de escribir… ¿Cuántas palabras le hacen falta a usted para contar una historia?

No sé, según el caso. Pero siempre el mínimo necesario. No quedarse corto, pero nunca aburrir.

-Por último… Ese lenguaje de ustedes, ese español tan castizo y tan musical que usted, por ejemplo, recrea en su obras… ¿Es una creación literaria o realmente ustedes se expresan de ordinario con tal cantidad de matices, con esa desbordante expresividad?

Supongo que la respuesta está a medio camino. El criterio fue que los diálogos sonaran reales. No sabía cómo escribir diálogos, y aprendí a hacerlo desgrabando charlas. Yo frecuentaba un bar con gente bastante destruida, y grababa las charlas que se daban. Y el ejercicio que hice fue la desgrabación textual de las charlas, la transcripción de los diálogos y ver como funcionaba ese pasaje.

Algunas de esas charlas están en el reproductor de audio que hay en mi blog. Les mando un enlace a un episodio que está en el sitio original de podomatic En este caso, el que habla es un amigo del que tomé mucho de la manera de hablar que finalmente tuvo Duarte (ciertos giros y ritmo de fraseo).

Van a notar que el tono no es el de un porteño, sino que es una tonada bien cordobesa. La anécdota que cuenta acá es una vez que vino borracho y drogado a su edificio y trató de entrar a un departamento dos pisos arriba creyendo que era el suyo y lo llevaron preso. Algunas aclaraciones idiomáticas:
cana: policíacárcel ; choro: ladrón.

descubra el kraken

Después de leer la novela Bajo este sol tremendo que nos dejó tan buen sabor de boca, nos propusimos localizar a Carlos Busqued, el padre de la criatura, intuyendo que nos podía comentar cosas interesantes acerca del proceso creativo de un escritor. Y no nos equivocamos. He aquí el resultado de la pequeña conversación que necesariamente hubimos de mantener en la distancia, agradeciendo tanto su amabilidad como el interesante contenido de las respuestas.

(Como la entrada nos ha quedado bien generosota en todos los sentidos, os la presentamos en dos partes)

-Es usted de los que fermentan las ideas rápidamente o de los que escriben, tachan, desechan, corrigen, desechan…

Corrijo mucho porque soy muy torpe para escribir. Y corto y pego mucho, reubico las frases varias veces hasta que encajan y funcionan con el conjunto. Soy un lector muy haragán, y cuando me leo para corregirme, ataco el texto como si fuera de otro. Y pensando así, cada cosa que me aburre o disminuye mi interés, se va. Es un ejercicio doloroso, aprender a sacar cosas que a uno le gustan por razones personales, pero que no funcionan como elementos narrativos.

-Cuentan los que saben que el proceso creativo es cuestión de trabajo y dedicación… Sin embargo, muchos ni aun con eso. ¿Qué tiene un escritor talentoso de lo que carece buena parte del resto?

Mh, justo el talento es una cosa tan escurridiza como concepto… Yo como lector le pido al escritor que sea interesante y me entretenga. Si tomamos diez libros que logran ser interesantes y entretenidos, de esos diez, hay cinco o seis que van a ser excelentes. Y los otros no nos costó leerlos. Si tomamos cincuenta libros llenos de pensamientos personales, disgresiones, opiniones políticas y catarsis del escritor que entorpecen la historia, de esos cincuenta, sólo serán interesantes dos o tres. Y leer los otros fue un infierno. Ese es mi criterio como lector, y en función de eso muevo mis muñones de escritor.

-Cierta vez un escritor nos decía que aguardaba las ideas haciendo el pino, con las esperanza de que la inspiración le llegara de los pies… ¿Cuál es su método en particular?

Me siento durante horas a la maquina, sufriendo porque no se me ocurre nada. Avanzo muy de a poco. Un párrafo por día, dos líneas. Hay días maravillosos en los que todo ese conjunto adquiere una unidad de sentido. A partir de ahí es un trabajo artesanal de pulido, que lo disfruto más porque ya sé a donde voy.

-Una pregunta capital: un autor, ¿sabe evaluar objetivamente la calidad de lo que acaba de escribir? Es decir: en su fuero interno hay una lucecita que se enciende infalible cuando al releerse se da cuenta de que lo que ha compuesto es una soberana basura o, por contra, un cachito de buena literatura?

En mi caso no puedo dar testimonio de otra cosa que lo que te decía más arriba: hay momentos en que el conjunto cobra una identidad, una “unidad conceptual” digamos. Te das cuenta que la cosa está bien, está concreta. Porque también hay momentos en que sentís que tenés barro en las manos y que hay que tirar todo eso a la mierda. Y lo hago.

(continuará…)

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